Dejaros llevar por el contenido de este blog, introduciros en mi mundo, olvidaros de todo y empezad a soñar conmigo.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Capítulo 4 (Un puente hacia la libertad)

Llegamos en cinco minutos, que se me hicieron eternos, y nos recibió una chica rubia, con pantalones y botas de montar. Me dijo:
            -Hola, peque, ¿preparada para montar? –No me gustaba que me llamaran peque, pero intenté ser amable porque quería empezar ya.
            -Sí. –Dije con mucho entusiasmo.   
            -Bien, sígueme. -Nada más entrar en la granja, noté ese olor característico de los animales. Era un poco desagradable, pero luego me acostumbré. Mientras nos dirigíamos a las cuadras, la chica rubia me preguntó:
            -¿Cómo te llamas? Yo Natalia, pero me puedes llamar profe.
            -Marta. ¿Vas a ser mi profe de hípica?
            -Sí. ¿Cuántos años tienes?
            -Cinco, pero voy a cumplir seis en noviembre.
            -¡Y ya vas a primaria! Qué mayor. –No me gustaba que me dijesen eso de “qué mayor” o “cómo has crecido” pero tenía que ser amable, porque si no, mi padre me desapuntaba.
            -Sí, y ya sé leer. –En ese momento vi un precioso caballo alazán que me miraba con unos ojos profundos y me enamoré. Pero la profe dijo:
            -Ese caballo es sólo para avanzados y está especializado en salto. Hasta dentro de unos años no lo montarás. Este es el que vas a montar hoy. –Señaló un caballo blanco, grande y pesado, que estaba comiendo paja y ni siquiera levantó la cabeza cuando fui a acariciarle. Dije:
            -No me gusta.
            -Te gustará cuando lo montes. –Natalia me explicó dónde estaban los cepillos y le cepillé. Le puse la silla que, por cierto, pesaba mucho, y el bocado, con la ayuda de la profe. Fui a la pista rectangular con mi caballo, que arrastraba los pies y no parecía muy contento de que le sacasen a montar, y la profe me ayudó a subirme a él. Me explicó cómo controlarlo, cómo coger las riendas, y cuál era la postura correcta, y me puse a andar con él. Me costó hacer que avanzara, pero al final, con un profundo suspiro, lo conseguí. Hicimos varios ejercicios de diagonales, círculos, levantar el culo de la silla, y al final, intenté hacer un poco de trote. Claro que con este caballo, me costó un mundo y la profe me tuvo que ayudar. Me encantó la clase, aún con el caballo tan vago que me había tocado y le dije a la profe que gracias por esta clase tan guay. Ella me dijo:
            -Has avanzado mucho en esta clase, y veo que te ha gustado. Esta tarde montarás un caballo mejor. Este es sólo para recién llegados.
            -Siento intriga por saber qué caballo me tocará.
            -Pronto lo descubrirás. –Me dijo con una sonrisa.
            Mi padre me vino a recoger y nada más llegar a casa, vi muchos vídeos sobre cómo montar a caballo, para hacerlo mejor esta tarde. Estaba segura que el caballo que me tocaría sería mucho mejor que este porque la profe me había dicho que lo hacía muy bien y que había avanzado mucho. La mañana se me pasó volando, y me tuve que ir a comer rápidamente.
            Comí rápidamente y me eché una pequeña siesta. Me desperté a las 4 y media y casi me da un infarto porque no quería llegar tarde a mi primera clase. Pero aún quedaba media hora, así que, me vestí, y me fui con mi padre. Cuando llegamos y mi padre se fue, que es lo que iba a hacer a partir de ahora, Natalia me dijo que había 5 niños más en la clase aparte de yo. Me entristecí un poco, aunque no lo hice notar. Eran tres chicas y dos chicos, más yo. Una de las chicas me pareció maja y me hice amiga suya rápidamente. La otra no me pareció tan maja, pero tampoco era para odiarla, y en cuanto a los chicos, unos gansos, como se suele decir, aunque graciosos y divertidos. Ellos llevaban montando desde que empezó el verano, así que me llevaban un poco de ventaja, pero me adapté rápidamente y aprendí mucho. El caballo que me tocó era un caballo negro, enorme, esbelto, con las crines onduladas y un lucero en la frente. Me costó subirme a él, aunque noté que era muy diferente al caballo que había montado por la mañana. No hacía falta darle tanto para que empezara a andar, aunque había que controlarle del bocado porque, al ser tan grande, siempre estaba pegado al caballo de delante. Por lo demás era un cielo. Nos enseñaron a hacer espalda afuera y espalda adentro, y aunque al principio no lo entendía muy bien, luego me salió, más o menos. Y también nos enseñaron el trote corto y el trote largo. Me encantó ese caballo, aunque seguía pensando en el caballo árabe, alazán, que había visto por la mañana. Ese día, me dormí, soñando con caballos.


            En las clases siguientes, nos enseñaron a hacer los apoyos y seguimos practicando el trote largo, el trote corto, el trote levantado, el trote sentado, espalda adentro, espalda afuera, diagonales y ese tipo de cosas. Descubrí que había muchos caballos diferentes: unos color perla, otros castaños, otros alazanes, otros blancos, otros negros…Pero yo sólo tenía ojos para el caballo árabe, alazán. Le pregunté a la profe cómo se llamaba y me dijo que Trueno. Cada día, me acercaba a él, hablaba con él, aunque sabía que no me respondería con palabras, pero sí con relinchos, con su hocico, con su mirada. Su mirada sabia y profunda que me enamoró el primer día. Y me dije a mí misma que algún día ese caballo sería mío. 

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