Puede que sea un poco corto también xD
El
jueves hicimos mi primera y última ruta. Pasamos por cuestas, por praderas, por
debajo de algunos árboles, incluso por ríos. También galopamos un poco e
hicimos carreras. Fue un día maravilloso, me había desconectado por completo,
hasta que volvimos y recordé lo que me habían dicho mis padres. Me entristecí y
bajé la cabeza. Mis padres me esperaban mientras yo estaba despidiendo a cada
caballo. Estaba tardando mucho aposta porque no me quería ir, pero mis padres
me metían prisa. Hasta que, a la fuerza, mi padre me agarró de la mano y me
arrastró hasta el coche. Sabía que resistirme no serviría de nada, pero tampoco
le hacía caso, simplemente me dejé arrastrar.
Pasé 3 meses sin ir a montar. Mis notas
bajaron mucho, porque no estudiaba ni hacía los deberes, me pasaba las tardes
sollozando en silencio, en la terraza. Los niños del cole seguían burlándose de
mí y yo estaba cada vez más triste. No tenía a nadie en quién confiar: mis
mejores amigas ya no me hablaban, y mi madre y mi padre estaban siempre
trabajando. La tristeza me comía el corazón y me lo fue vaciando poco a poco.
Pensaba que ya no valía la pena seguir viviendo, pero era muy joven y me
quedaba mucha vida por delante, y estaba segura de que cuando sea mayor,
seguiría montando a caballo, y nadie me lo impediría.
Un día, ya no podía más. Por la noche,
sin hacer ruido, me fui al club hípico. Cogí a Trueno, aunque nunca le había
montado, yo confiaba en él y él confiaba en mí. Sin silla ni bocado me subí a
él con ayuda de una silla y me fui galopando todo lo lejos que pude. Trueno se
cansó, porque llevábamos ya media hora galopando, así que dejé que fuera al
paso. Perdí el sentido de la orientación. No sabía dónde estaba, todo estaba
oscuro, pero a mí eso no me importaba. Si moría allí, sabiendo que Trueno estaba
a mi lado, no me importaría. Dejé que Trueno fuese adonde él quisiera y que me
llevase lejos, muy lejos. Pero él estaba asustado y quería volver a la finca.
Yo no quería. Yo quería que me dejase abandonada allí mismo. Pero la idea de no
volverle a ver nunca más me asustaba. Dejé que encontrase el camino a la granja y en cuanto vio la finca, echó a galopar. Me pilló desprevenida pero me aferré
con las piernas y me agarré a las crines. Le dejé en su cuadra y fui a ver a
Rayo. Había crecido mucho, desde entonces, ahora era 10 centímetros más alto
que yo. Ese día recordé lo que me había perdido en tres meses. Porque tres
meses sin caballos era toda una eternidad. Y volví a casa antes de que
anocheciera y sin que nadie me pillara.
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