Dejaros llevar por el contenido de este blog, introduciros en mi mundo, olvidaros de todo y empezad a soñar conmigo.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Capítulo 6 (Un puente hacia la libertad)

Las navidades se pasaron rápido: las campanadas, las uvas, los regalos, estar con la familia…etc. Y cuando volví al cole pasó una cosa que me cambió la vida para siempre. Hasta ese momento, yo tenía muchos amigos, y algunos enemigos, como es normal. Pero todo eso cambió cuando el profesor de educación física nos preguntó qué deporte practicábamos: Todos decían fútbol, baloncesto, tenis, balonmano, gimnasia…etc. Y yo fue la única que dije hípica. Cuando lo dije, todos enmudecieron súbitamente. Hasta el profesor puso cara de: “Esta chica se cree que la hípica es un deporte cuando no lo es.” Me indigné y me levanté para irme. Todos me miraron como si fuera una extraterrestre. Sabía que esto iba a ocurrir algún día. Me fue corriendo entre lágrimas hasta mi rincón secreto del patio y lloré, lloré y lloré sin que nadie se atreviera a acercarse para consolarme. Sonó la campana del recreo y ya lo que faltaba. Los niños se acercaron a mí y me llamaban cosas como: vaga, aplastadora de caballos, torturadora de animales…etc. Yo no me atrevía a responderles por si me pegaban y tampoco dije nada cuando llegué a casa. Traté de estar como cualquier día. Sabía que había perdido a todos mis amigos del cole, sabía que mis enemigos me odiaban más que nunca, pero también sabía que yo no había hecho nada, yo simplemente hacía lo que me gustaba y si la gente no lo respetaba que se aguantasen. Pero nunca se iban aguantar. Yo era la débil y no tenía a nadie, ellos eran los fuertes y podían manejarme como a una marioneta sin que les importaran mis sentimientos. El resto de los días los pasé en mi rincón, sollozando en silencio, intentando que nadie me viera, pero siempre oía a los niños que me insultaban. Yo sólo podía aguantarme, y así lo hice.
         Un día, fui a la hípica muy temprano, ya que me dejaban que viese a los caballos antes de la clase. Me acerqué a Trueno y le conté todo lo que había pasado en el cole y todo lo que he estado sufriendo. Trueno me escuchó atentamente, con una pizca de compasión en sus ojos. Me miró profundamente, como diciendo lo siento. Yo le dije que no era culpa suya, son cosas que pasan y que él no podía hacer nada para evitarlo. Bajó la cabeza, pensativo y luego la levantó para que le acariciara y me olvidara un poco de mis problemas. Pero, de repente, oí un relincho desgarrador, y vi a una yegua que se estaba tumbando, cerca de la cuadra de Trueno. Fui corriendo para ver qué le pasaba, recordé todo lo que me habían enseñado sobre las enfermedades que pueden coger los caballos, pero ningún síntoma encajaba con lo que hacía la yegua. Entré en la cuadra, cautelosamente para tranquilizarla, no podía hacer otra cosa, ya que no sabía lo que la pasaba. Sabía que era muy peligroso, pero yo quería ayudarla. La yegua se tumbó, yo me senté con ella, la acaricié su cuello sudoroso, ella no hacía más que retorcerse de dolor. Y de repente me di cuenta: estaba teniendo un potro. Parecía un parto normal sin ningún problema, así que me senté a ver la escena. Tres minutos tardó el potro en salir. Se intentó levantar pero se cayó y me reí. Necesitó varios intentos hasta que se levantó a duras penas, y su madre le lamió todo el cuerpo con su lengua para limpiarle. Madre e hijo/a se vieron por primera vez y se quedaron juntos. Decidí irme para dejarles intimidad.

         Poco después, vinieron los dueños de la granja, yo les dije lo que había pasado y ellos me dijeron que Trueno había cubierto a esa yegua hace pocos meses, eso quería decir que Rayo, el potro, era hijo de Trueno. La verdad es que se parecía mucho, era negro como su madre, pero me dijeron que de mayor iba a ser alazán como su padre. Tenía la misma forma del morro y las patas delgadas pero ágiles, como las de su padre. Sacamos a los tres al picadero y estuve observándoles como jugaban juntos. Después les volvimos a meter y ya dimos la clase. Hicimos lo de siempre y perfeccionamos el galope, eso era algo que me encantaba, me hacía sentirme libre. 

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