Dejaros llevar por el contenido de este blog, introduciros en mi mundo, olvidaros de todo y empezad a soñar conmigo.

martes, 31 de diciembre de 2013

Capítulo 12 (Un puente hacia la libertad)

Varios coches nos perseguían, pero, al menos, les sacábamos mucha ventaja. Se oían los pitos a lo lejos. Era verdad que el coche era pequeño, pero también rápido. Y Rayo, por supuesto que era rápido, ya que estaba entrenado y apenas se cansaba.
         -¿Qué tal vas, María? –pregunté.
         -Al principio, muy asustada, pero ahora le voy cogiendo el truquillo y me voy acostumbrando. Esto es increíble, tía, te agradezco mucho que hayas venido en este momento, justo para salvarme y hacerme disfrutar de esta súper experiencia.
         -Pocos/as niños/as tienen la oportunidad de galopar en su primera clase montando a caballo. Por cierto, ¿qué habéis hecho para montar todo este lío?
         -Bueno, supongo que mi abuela te habrá contado parte de la historia. Hemos ido allí a ver si nos solicitaban un préstamo pero ellos se han puesto bordes, dijeron que éramos unos delincuentes, que teníamos que ir a la cárcel, que no nos merecíamos esa ayuda porque sólo las personas honradas se lo merecían. Entonces mi padre entró en cólera  y les soltó una charla sobre nuestra situación económica, que éramos muy pobres, que nosotros no teníamos la culpa de que la abuela se hubiese puesto mala, de que ni mi madre ni mi padre tuvieran trabajo. Dijo que se supone que el préstamo es para personas que necesitan ayuda, que nosotros necesitábamos mucha ayuda en este momento tan delicado. Pero ellos no tienen corazón, se enfadaron aún más y dijeron que nos llevarían a la cárcel ahora mismo. Mi padre reaccionó justo en el momento en el que casi me capturan, me cogió, me llevó al coche donde mi madre nos esperaba cuando vio la que se iba a montar. Huimos mientras los otros iban a los garajes, donde estaban los coches y por eso hemos cogido tanta ventaja que hemos aprovechado para recoger a la abuela y me he llevado una gran sorpresa al verte a ti y a Rayo. ¿Qué hacíais aquí?
         -Recordarás que hace tres años, te prometí que te enseñaría a montar a caballo, cuando Rayo estuviese domado. No me costó mucho domarle, lo que me costó fue que las personas entendieran que él sólo quería que le montase yo y nadie más. Provocó un accidente que fue por el motivo anterior, y tuve que irme otra vez. Encontré otro club a dos días de aquí donde conocí a Stacy, que es para mí como una madre, pero también es mi entrenadora. Durante tres años estuve entrenando a Rayo. Fueron días muy felices, veía a Rayo avanzar cada día, aprender cosas nuevas, convertirse en un caballo de competición. Cuando estuvimos preparados, hicimos un concurso de Doma Clásica y de salto y allí ganamos la medalla de plata que tengo ahora puesta. –se la mostré y ella me felicitó. –También gané 50 euros que tengo ahora mismo y quería dártelos. He venido aquí para cumplir mi promesa y enseñarte a montar de una vez por todas. Menos mal que traje dinero para ayudaros.
         -No podemos aceptar tu dinero.
         -Esta conversación ya la he tenido antes con tu abuela. Si no queréis mi dinero os haré un préstamo, os entregaré el dinero y cuando podáis, me lo devolveréis.
         -Eso estaría bien y nos salvaría el pescuezo. Pero no sé qué vamos a hacer ahora porque no podemos volver.
         -¿No hay otro pueblo cerca del vuestro?
         -Hum… déjame pensar, creo que vamos hacia un pueblo cercano. Mis padres no escaparían hacia un lugar remoto. Sí, creo que vamos hacia el pueblo del norte. Allí empezaremos una nueva vida, a ver si tenemos suerte y encontramos trabajo.
         -¿Hacia el norte? ¡Allí está el club donde voy! –exclamé contenta.
         -Entonces, ¿podré ir por fin a un club hípico?-preguntó ilusionada.
         -Si lo puedes pagar, quizás vayas. La verdad es que yo iba gratis porque me convertí como una hija para Stacy y también vivo en su casa. Le conté todo mi pasado, ella me comprendió y me aceptó por fin. Es una buena persona. La mejor que he conocido. Seguro que te hará un descuento grande cuando le contéis vuestra situación.
         -Aun así, no creo que pueda ir. Bueno, ya te avisaré si puedo.
         -Pero si no puedes yo te dejaré montar a Rayo y te daré clases gratis, ya que soy tu amiga.
         -Muchas gracias. –Hacía rato que se ya no se oían pitos de coches a lo lejos. Estaba claro que les habíamos dejado atrás y que ya no nos perseguían.
         -Hemos tenido suerte, ya no nos persiguen. Podemos ir más lento entonces, ¿no?
         -Por supuesto. –Puse a Rayo al trote.-Este es el trote de un caballo. Como has pasado al galope directamente no has tenido la oportunidad de trotar. –nos reímos.- Hay dos trotes: trote sentado, que es el que estamos haciendo ahora porque es muy difícil hacer trote levantado a pelo y más si eres un principiante.
         -¿Cómo es el trote levantado?
         -Te lo enseñaré cuando lleguemos, primero te tengo que enseñar a levantar el culo de la silla. –levanté el culo para que viese cómo se hacía y me puse a hacer trote levantado. Rayo estaba confuso ya que tener a dos personas en su montura y hacer un trote diferente cada una…así que me puse a trote sentado otra vez.
         -Lo voy a intentar…-María lo quiso hacer, pero no levantaba el culo ni un milímetro y al final se rindió y nos reímos.
         -Te dije que era muy difícil. Pero no te preocupes, pronto aprenderás.
         -¿Cómo le puedes parar sin riendas?
         -Bueno, eso es algo bastante difícil, no se puede hacer con cualquier caballo, sólo se puede hacer con un caballo con el que tengas mucha confianza. Rayo ya me entiendo, y sabe interpretar lo que digo de tal forma que si le ordeno que baje la velocidad, él lo hace. La voz es muy importante, el caballo te puede oír y se acostumbra a lo que dices y, además se tranquiliza con tu voz. Por eso es muy importante, cada vez que montes, hablarle al caballo. Sé que parece una tontería pero no lo es, los caballos son muy sensibles en cuanto a los sentidos.
         -Sabes mucho…
         -¡Claro! –nos reímos otra vez.
         María quiso saber cuánto quedaba de viaje, así que nos acercamos al coche para preguntar. Nuestras sospechas quedaron confirmadas en cuanto al lugar donde íbamos a ir. Tardaríamos un día y medio, así que sólo tendríamos que acampar un día. Me imagino la sorpresa que le daría a Stacy cuando me viera llegar unos días antes de lo previsto y con una amiga.

         No sentía ningún rencor ni nostalgia en cuanto a mis padres y mi familia. Y, como no tenía amigos en el colegio, tampoco echaba de menos a mis compañeros. Stacy me enseñaba todo lo que necesitaba saber en el colegio y por ello no necesitaba ningún profesor particular. Además, ¿de qué me servía si yo ya sabía a lo que me quería dedicar de mayor? Mi vida había dado un giro brusco, había abandonado todo mi pasado para empezar una nueva vida. Durante el viaje, íbamos en silencio, yo pensaba en todo esto. Había empezado una nueva vida para mejor: ahora tenía amigos, familia y caballos. Era una vida de ensueño para mí y por eso sonreí durante todo el viaje mientras estaba inmersa en mis cavilaciones.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Cambios

Como veréis, he hecho cambios en el diseño. La verdad es que no tengo muy claro cuál poner, si dejar este o poner el anterior, pero como a mí me gusta variar, seguramente lo cambiaré algunas veces más a lo largo del tiempo. También he cambiado el estilo de las letras del título de la entrada y el título del blog. Espero que os gusten.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Capítulo 11 (Un puente hacia la libertad)

Llegó el día. Tardamos una hora y media en llegar al club. Llevamos a Rayo en un remolque y fue cómodo durante todo el viaje. Estaba muy nerviosa pero intentaba mantener la calma y en eso Stacy me ayudó mucho. Me dijo que lo teníamos todo muy ensañado y que nos iba a salir muy bien. Iba vestida con unos pantalones de montar blancos, las mismas botas de siempre pero limpias y una chaqueta azul muy elegante. Había muchos jóvenes jinetes, unos de mi edad, otros un poco más mayores y otros un poco más pequeños. Había también unos caballos preciosos.
         Primero hicimos la prueba de Doma Clásica. Vi a los distintos jinetes cómo lo hacían antes de que me tocase a mí. Era un nivel bastante bajo. Sólo hacían en las reprises diagonales, círculos y transiciones fáciles. Yo en cambio, aparte de eso, también hice espalda adentro, espalda afuera, apoyos, todo eso al trote, y transiciones más difíciles como parada-trote o paso-galope y viceversa. Estaba claro que yo iba a ganar en esta prueba, ya que tenía más nivel. Lo que no sé es cómo se les daría la prueba de salto.
         Mi prueba de salto era de 1.00 m. Me salió bastante bien, tiré una valla, pero Rayo era muy rápido, así que hicimos buen tiempo. Estaba contenta hasta que vi que ninguno de ellos saltó 1.00 m sino que ellos saltaban 1.20 m. En conclusión: ellos se centraban más en salto y yo me centraba más en Doma Clásica. Así que estaba todo muy igualado. Al final, uno de los jueces tomó la palabra:
         -Puesto que hay jinetes y amazonas de distintos niveles y distintas modalidades, se nos ha hecho difícil la elección de los ganadores. Hay 5 jinetes destacados, pero sólo podemos elegir a 3. Después de debatir durante más de 10 minutos hemos decidido los puestos: tercer puesto, Melanie Steveson; segundo puesto, Marta García; y primer puesto, Teresa Collins. A continuación, se hará la entrega de premios. Los ganadores que vayan al pódium.  
         Al oír mi nombre, no pude aguantar la alegría. Abracé con fuerza a Stacy y le di las gracias por haberme enseñado todo lo que sabía. Fui a los establos a ver a Rayo, le dije que habíamos ganado mientras le achuchaba contra mí. Rápidamente, fui al pódium, a la entrega de premios.

         La medalla de plata lucía sobre mi pecho, y brillaba con la luz del sol. A lomos de Rayo, completamente a pelo, estábamos en el bosque, disfrutando de un largo y relajante paseo, después del duro trabajo y entrenamiento que habíamos realizado. Los aplausos, un señor con traje entregándome la medalla y dándome unas flores, las felicitaciones y todo eso, ya habían pasado. Anoche, dormí como nunca, después del duro día del concurso. Imagino que Rayo también habrá dormido como los ángeles. No me había quitado la medalla aún, y había intentado hacer una con plastilina para Rayo, pero se nota que no soy una manitas y me salió una chapuza. Al final decidí, que qué mejor premio que un terrón de azúcar y una sesión de caricias y mimos. Le saqué a pasear, para darle un día de descanso y no entrenar tanto, porque nosotros también necesitábamos vacaciones. Durante el viaje fui hablando con Rayo sobre la emoción del concurso y todo eso. También le dije:
         -¿Te acuerdas de María? La chica a la que le prometí que la enseñaría a montar. Pues bien, yo nunca olvido las promesas y voy a cumplirla. Eso sí, acamparemos por la noche, ya he llamado a Stacy para avisarla de que estaríamos un par de semanas fuera.
         Acampamos durante dos noches, y al mediodía del tercer día, vi a lo lejos una casita que parecía abandonada, pero yo sabía que María estaba allí. Desmonté de Rayo y llamé a la puerta. Nadie la abrió y nadie contestó. Pregunté:
         -¿Hay alguien ahí?-Reconocería esta casa en cualquier parte, sabía que era la de María, pero no entendía por qué nadie me abría la puerta. Puede que estuviesen haciendo recados o puede que…se hubieran mudado. Pero yo era optimista y llamé otra vez hasta que oí un susurro de voz gastada, grave y enferma.
         -Ahora voy…mi cuerpo ya no está para paseítos.
         Esperé y esperé y por fin abrieron la puerta. Una anciana con un bastón que andaba y hablaba con dificultad me abrió la puerta.
         -¿Quién eres tú, jovencita? ¿Traes noticias de mi nietecita María?
         -Precisamente quería venir a verla. ¿Sabe usted dónde está?
         -Vamos a sentarnos y ahora te cuento.-Carraspeó. Me senté en una alfombra gastada y dejé que la abuela se sentara en la única silla de la casa.-Bueno, para empezar quisiera saber quién eres tú.
         -Soy una amiga de María, vine aquí hace poco más de tres años. Nos conocimos y nos hicimos amigas. Pero por motivos personales, tuve que esca…-rectifiqué- mudarme. El caso es que he vuelto para enseñarla a montar; sé que ella quería con toda su alma montar por primera vez a caballo y he venido a hacer sus sueños realidad.
         -Seguramente ya hayas deducido que soy la abuela de María. Me han dicho que toda la familia, María, su madre y su padre, han ido a hacer recados. Pero me he enterado de que aquí pasa algo grave. Yo estoy aquí porque me acaban operar de cáncer y estoy débil, me tienen que cuidar, ya que no soy capaz de hacerlo por mí misma. El caso es que nuestra situación económica ha empeorado, porque han tenido que pagar mi intervención. Tenemos poca comida y como no podemos comprarla, la única forma es ir al bosque a cazar. Pero el bosque, como ya sabrás, está muy lejos de aquí y necesitamos coche. Antes lo alquilábamos, pero ahora ya no podemos, y lo que hacemos es usarlo a hurtadillas. Pero hace una semana nos pillaron y nos han obligado a pagar 1.000 euros. Como comprenderás, no tenemos tanto dinero. Así que ahora están intentando pedir un préstamo o alguna ayuda.
         -Bueno…yo tengo aquí algo de dinero que llevo ahorrando para intentar comprarme un caballo, aunque ahora que ya lo tengo no me hace falta. Además, hace unos días gané un concurso de hípica y gané unos 50 euros.
         -No podemos aceptar tu dinero.
         -Si queréis os lo doy y cuando podáis me lo devolvéis.
         -Podemos considerar esa posibilidad, pero yo no puedo decidir nada hasta no vengan ellos.
         -Pues esperemos…-un silencio incómodo se apoderó de la pequeña habitación.
         -Te ofrecería un té, pero aquí no hay nada más que agua y tendría que ir al pozo a por ella.
         -No te preocupes, no tengo sed. ¿Cuánto hace que se han ido?
         -Pues hace unos 15 minutos, pero creo que no han ido muy lejos y que no tardarán en llegar.
         En ese momento, se oyó un disparo de una escopeta y unos gritos. La puerta se abrió de golpe y apareció María gritando: “¡ven, abuela, corre!”. La ayudó a levantarse y, todo lo deprisa que pudieron, se subieron a un coche que estaba junto a la casa. María no cabía ya que estaban, sus padres adelante y la abuela atrás, que ocupaba los dos sitios y tenía que estar cómoda. Además, el coche era muy pequeño, ya que no se podían permitir un coche grande. Se empezó a agobiar hasta que yo dije:
         -Puedes venir conmigo montando a Rayo.
         -Pero…no sé montar.
         -Siempre hay una primera vez para todo.
         Sus padres la apremiaban porque decían que les estaban persiguiendo. María titubeaba pero al final se decidió y la ayudé a subir sobre Rayo. Se asustó aún más cuando vio que estaba suelto y no tenía ni silla ni bocado, pero yo la dije que no pasaba nada, que era un caballo dócil y que no la iba a hacer nada. Pero entonces, recordé el accidente. Y María no tenía casco. Le susurré a Rayo en el oído:
         -Por favor, pórtate bien, sólo es una amiga, no hagas de las tuyas, por favor… Además, yo también estoy aquí. No querrás hacerme daño, ¿verdad? -Percibí un gesto de compasión en los ojos de Rayo y creo que entendió. María se montó delante de mí y la agarré para que no se cayese. También le dije que se sujetase con las piernas todo lo que pudiese y nos fuimos al galope, detrás del coche robado. 

sábado, 28 de diciembre de 2013

Lo que siento por la música

La música
La música fluye por mis venas. Cada vez que escucho un violín, un piano, o cualquier otro instrumento que me guste, mi oídos se agudizan, mi mente se transporta a un lugar inventado por mi cerebro, acompañado por el son de la melodía. Cada vez que toco el violín me pasa lo mismo, me imagino a mí misma, de mayor, en un concierto, todas las personas mirándome, pero yo olvidándome de todas las decenas de ojos que me observan, esperando a que cometa el más mínimo error para decir que soy una pésima violinista. Pero yo me vuelvo a teletransportar, me dejo llevar por la música, las personas que me miran ya no existen, yo toco como si nada, sintiéndome libre, liberando todos mis pensamientos y preocupaciones. Y cuando termino, siento una sensación que recorre todo mi cuerpo, esa sensación que me invade por dentro, que significa que me he quitado todo el peso y la presión de encima, esa sensación de liberación. He hecho un buen trabajo, pienso, porque todas las caras me miran sonrientes, dando fuertes aplausos para demostrar su admiración sobre mí. Los nervios que sientes al principio se desvanecen cuando te dejas llevar por la música. Ya no te tiemblan las manos, eso hace que produzcas un bello sonido que los espectadores disfrutan.

Eso es lo que siento yo cada vez que toco en un concierto. Si vosotros también os sentís así, es que la música es vuestra vida y vuestra vocación. Porque no sólo se te tiene que dar bien, también lo tienes que disfrutar. Y si lo disfrutas, ya sabes, que con esfuerzo, esmero y dedicación, llegarás muy lejos.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Importante

Ya he decidido cuál va a ser el nombre de la historia de caballos que estoy escribiendo: "Un puente hacia la libertad." Pondré el nombre al lado de "Capítulo __". Aprovecho para desearos feliz navidad, que lo paséis muy bien, que os den muchos regalos y que ánimo con las notas. También deciros que no tengáis miedo de ponerme comentarios, así que animaos y ponerme alguno con vuestra más sincera opinión de mi blog y de la historia que estoy escribiendo. Muchas gracias. 

viernes, 20 de diciembre de 2013

Capítulo 10 (Un puente hacia la libertad)

Al día siguiente, intentamos otra vez a dar cuerda a Rayo. Esta vez nos hacía caso, pero estaba distraído, siempre estaba levantando la cabeza e intentando ver a sus amigos. Pasó un mes en el cual no conseguimos mucho, ya que Rayo seguía distraído. Nos daba pena y le soltábamos al final con sus amigos. Pero un día, decidí ponerme seria. Le di con la traya y le grité. De repente, dio un vuelco, pero me hizo caso. Y le dije: "así se hace". No dejé que levantase la cabeza, y Rayo pareció captar mi mensaje, y obedeció. Le di cuerda durante media hora, de la cual Rayo no hizo nada incorrecto porque yo estaba siempre alerta. Acabó sudoroso y cansado, pero le di una zanahoria como premio. Le duché y le dejé con sus amigos en los paddocks. Le hice saber que hoy lo había hecho muy bien y le di otra zanahoria y una sesión extra de mimos.
         Pasaron dos semanas en las cuales le daba cuerda todos los días. Se portó bastante bien, porque yo no bajaba la guardia. Tras dos semanas, decidí intentar ponerle la silla. Despacio y poco a poco, cogí la silla, se la acerqué al morro para que la oliese y se la fui poniendo despacio. No hizo nada, ni siquiera se movió, ya que aún no había olvidado cuando me subí a él, y la silla pesaba menos que yo, claramente. Le puse la cincha floja y le di cuerda con la silla. Se portó como siempre. En la semana siguiente, probé a ponerle el bocado. Se lo metí delicadamente, pero cuando lo tuvo en su boca, me pegó un empujón y me caí. Rayo se intentó soltar y a moverse todo el rato, menos mal que lo tenía sujeto. Mientras le di cuerda, noté que estaba muy molesto. Era normal, pero en las semanas siguientes se fue acostumbrando, poco a poco.
         Estaba muy contenta con los progresos de Rayo. Cada día, después de la sesión, le daba zanahorias y le acariciaba. Él también estaba contento. Lo notaba. Ahora estaba feliz, con sus amigos y conmigo. En cuanto a María, le empecé a explicar todo lo que sabía sobre caballos. Primero le expliqué lo que me enseñaron en el campamento de navidad. Y después, la postura al montar a caballo. No servía de mucho porque hasta que no tuviera la sensación no sabría cómo hacerlo. Pero al menos, yo le iba enseñando poco a poco.
         A las pocas semanas, Rayo ya se había acostumbrado al bocado y a la silla e iba a la perfección, siempre obediente. Decidí montarle. Ya le había montado a pelo, ahora sólo faltaba enseñarle a obedecer al bocado. Le monté con cautela y cogí las riendas despacio. Las reuní todo lo que me permitió Rayo. Y empecé a enseñarle. Así, estuvimos practicando durante más de dos meses, hasta que Rayo entendió lo que quería decir cada pie y cada mano.
         Un día, una mujer que me había ayudado a domar a Rayo, le montó. Yo le dije que no lo hiciera pero ella me respondió:
         -Se tiene que acostumbrar a que le monte cualquier persona. Si no le monto no aprenderá.
         En cuanto se subió, Rayo notó que no era yo. Se puse a galopar y a dar coces, como si fuese un potro de menos de un año, que no estaba domado. De pronto se paró y se puso a dos patas, con tanta fuerza que tiró a la mujer. Se quedó en el suelo, inconsciente, y empezó a sangrar por la cabeza. “Eso pasa por montar sin casco”, pensé. Empecé a gritar para avisar a quien estuviese cerca. Varios hombres con botas de montar vinieron y me preguntaron qué había pasado. Cuando se lo conté, su versión era esta:
         -Lo que ha pasado en realidad ha sido que no has domado bien al potro y en cuanto alguien que sabe montar mejor que tú se ha subido, el potro, que no estaba domado, le ha tirado. Por tu culpa, casi muere.
         Les ignoré porque yo sabía lo que había pasado de verdad y la llevamos a una ambulancia. Por fortuna, no había muerto. En cuanto estuvo despierta fui a hablar con ella.
         -¡Ese caballo tuyo casi me mata!-Me dijo, nada más verme.
         -Si te hubieras puesto casco no te hubieras hecho tanto daño.
         -¡No grites! ¡Me duele la cabeza y todo por tu culpa!-No la había gritado, en realidad era ella quien me gritaba, pero lo dejé pasar.-En cuanto esté bien, diré que maten a ese caballo.-Recordé cuando me había pasado esto mismo en mi ciudad. El destino nos escogió a Rayo y a mí y a nadie más. Teníamos una unión inseparable, no había nada en el mundo más que nosotros. El problema es que nosotros teníamos que interactuar con el mundo para sobrevivir. A veces pienso si debería haberme quedado en el bosque junto al río, sin nadie más que nosotros dos. Mi caballo y yo. Todo el mundo quería matarle. ¿Por qué? Si él quería que le montase sólo yo, pues sólo le montaba yo. ¿Por qué la gente era tan cabezota?
         Esta vez, antes de escaparme, busqué en internet pueblos o ciudades donde hubieran club hípicos. Me despedí de María y la dije que algún día volvería para enseñarla a montar a caballo. Imprimí un mapa, preparé a Rayo, ya con silla y bocado y me fui galopando. Al anochecer paramos y acampamos. Partimos al día siguiente, casi sin descanso, sólo para dormir y para comer escasamente. A la tarde, llegamos al club hípico donde quería ir. Había visto que allí hacían de todo, incluso domaban a los caballos más difíciles. Pero yo no quería que domasen a Rayo. Él, para mí, ya estaba domado. Si no quería que nadie más que yo le montase, pues nadie le iba a forzar.
         Así que, llegué. Estaban haciendo una exhibición de Doma Clásica. Desmonté y la terminé de ver, ya que había empezado antes. Un caballo negro, esbelto y elegante, junto con una mujer de unos 30 años, estaban realizando un brillante baile. La música clásica, sonaba desde unos altavoces que habían puesto. Toda la gente estaba callada, atenta a la pareja, contemplando su coordinación y cómo se unían para formar sólo uno. Desde ese momento, entendí que la doma no sólo son unos simples movimientos, es algo mucho más bonito, complejo, bello, interesante. Cuando terminó, todo el mundo clavó la vista en mí y en mi caballo. Me estaba poniendo colorada, pero antes de que me echase a llorar de vergüenza, la amazona vino y gritó:
         -¡Se acabó la exhibición! Pueden irse, o, si les apetece, quedarse a la fiesta en el edificio principal.-Inmediatamente, la gente se fue y todo se despejó, hasta que pude hablar con la mujer.
         -Me llamo Marta y este es rayo, mi caballo. Está domado, pero no deja que nadie le monte, ha ocurrido un accidente porque no me hacían caso y le montaron, encima sin casco.-Me presenté.
         -He conocido a bastantes caballos así. Algunos hacen tan buena pareja que nadie les puede separar, y no dejan que nadie les monte, más que su dueño. Yo fui uno de esos casos. Este caballo negro, que ves aquí, está ya mayor, tiene 19 años, pero aún le monto. Le conocí cuando él tenía 5 años. No estaba domado, porque sus anteriores dueños le maltrataban. Yo, tras muchos años, le comencé a domar bien, a cuidarle y a quitarle el miedo a los humanos. A sus 11 años, le empecé a iniciar en doma y a entrenarle, y he conseguido competir y ganar varios concursos nacionales, pero nada más. A pesar de los años, sigue haciéndolo igual de bien que siempre. Me llamo Stacy y soy la dueña de este club hípico, donde nada es imposible y donde prometo que todo se va a cumplir.-Me estrechó la mano y me dio un beso.-Acompáñame y dejaremos a Rayo en una cuadra.
         A partir de ahí, empecé a entrenar a Rayo en la especialidad de doma. Todos los días, iba a la pista con Stacy y practicábamos. También me inicié en salto. Había otra pista donde se hacía salto. Allí, entrenaba con Rayo por las tardes y doma por las mañanas. El potro, que ya no era un potro sino un caballo hecho y derecho, acababa cansado todos los días, muy cansado. Le dio un pequeño ataque al corazón y me asusté mucho. Se recuperó, pero, a partir de ese día, decidí entrenarle sólo por la mañana, un día salto y otro doma. Aprendió varios pasos de doma: espalda adentro y afuera, paso español, paso atrás, apoyos, elevada, trote largo, trote corto, galope en trocado, galope largo, transiciones, reprises…etc. Y también llegó a saltar un metro. Le enseñé el piaffe y aprendió a reunir muy bien, sin ningún problema.

         Stacy me dijo que Rayo y yo estábamos preparados para empezar a concursar. Yo, una niña que ya tenía 10 años, Rayo un caballo de unos 7 años, habíamos aprendido mucho uno del otro. Ahora éramos una pareja inseparable, coordinada, entrenada para concursar. Stacy me había cogido mucho cariño, era practicamente como una hija para ella y como una madre para mí. Yo, no había olvidado la promesa que le hice a María, y me dije que, en cuanto pudiera, iría con ella. El día que Stacy me dijo “¡Te he inscrito al concurso local de doma y salto de la ciudad! Va a ver 30 concursantes.”, casi me da un infarto de la alegría. Eligiendo la música, preparando el ejercicio y entrenando salto, impaciente a más no poder, estaba esperando a que llegase el día que cambiaría mi vida por completo.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Capítulo 9 (Un puente hacia la libertad)


         Me desperté al día siguiente cuando ya había amanecido. Estaba sola, tumbada en el suelo, y Rayo no estaba conmigo. Le busqué y le vi bebiendo agua junto al río. Me acerqué a beber yo también y sentí que me rugían las tripas de hambre. El potro me dio envidia cuando le vi comer. Busqué en los bolsillos de mi chaqueta y descubrí una barra de Kit-Kat. Me la comí ferozmente, aunque sólo me quitó el hambre por muy poco tiempo. Rayo se agachó para que pudiera subirme y esta vez no salió al galope. Iba al paso tranquilamente y ya empezaba a entender cuando le pedía paso y cuando le pedía galope. Seguimos el curso del río y media hora después llegamos a un gran lago. Me bajé del caballo y decidí darme un baño. Mientras me estaba bañando, alguien me salpicó. Me asusté y me volví para ver quién había sido. El travieso potro se había metido en el lago y me había salpicado. Me reí y le salpiqué yo también. Nos enzarzamos en una pelea de agua, aunque él siempre me ganaba porque salpicaba más fuerte que yo. Nos divertimos mucho y no nos dimos cuenta de que el tiempo pasaba.
         Volví a sentir hambre, mis tripas me pedían comida, pero yo no tenía. De pronto, el potro echó a correr. Le dije que esperase, pero no me hizo caso. Le intenté seguir, pero él era mucho más rápido que yo y se perdió entre la espesura del bosque. Me senté en la orilla del río. Pensé que ya volvería, ya que no tenía adonde ir. Sin embargo, al cabo de unos minutos, me eché a llorar, perdí toda esperanza de que volviera, pensaba que me iba a morir de hambre…Y de pronto, escuché un relincho lejano, pero potente. Varios segundos después, oí el sonido de unos cascos galopando y me di la vuelta. Era Rayo y llevaba dos manzanas en la boca. Me las dio y me las comí rápidamente porque tenía mucha hambre. Era increíble cómo un potro de apenas 2 años había averiguado que yo tenía hambre y me había traído dos manzanas.
         Ya no tenía hambre, pero Rayo me llevó junto a un árbol lleno de manzanas. Allí nos quedaríamos. El río estaba cerca y los árboles tapaban los rayos del sol que me hacían daño a los ojos. Me quedé dormida allí, con Rayo, justo después de poder contemplar el maravilloso atardecer.
         Me desperté al día siguiente, y como siempre, Rayo estaba bebiendo en el río. Comimos manzanas del árbol y galopamos por una pradera que estaba a unos minutos. Como siempre, nos bañamos en el río. Así fueron los siguientes días. Fue una etapa muy feliz de mi vida. Era como una rutina. Siempre lo mismo. Al principio lo disfrutaba. No echaba de menos a nadie, nadie me quería, nadie me cuidó en el pasado. Así que era como que no tenía seres queridos. Ni siquiera mis padres me cuidaron. Estaban siempre trabajando y no me ayudaban en los deberes, ni me decían buenas noches, ni me daban cariño. Por eso no echaba de menos a nadie. Estábamos Rayo y yo juntos, era lo que siempre había querido. Y ahora que estábamos juntos, me empecé a aburrir un poco. Seguía queriendo a Rayo, por supuesto. Pero quería empezar a entrenarlo, quería aprender yo también, además, no tenía a nadie con quien hablar, estaba sola, menos por Rayo. Sé que él me respondía, pero necesitaba hablar con alguien, que me respondiera con palabras, necesitaba una presencia humana en quien poder confiar.
         Un día, noté a Rayo nervioso. Estaba agitado, se movía constan-temente, y, aunque le llamaba, corría nervioso de acá para allá. No sabía qué hacer, no sabía por qué estaba así. Y pronto, oí unos pasos no muy lejanos. Y luego un disparo. Rayo no pudo más y echó a correr, perdiéndose en la espesura del bosque y dejándome completamente sola y abandonada en el bosque. Vi a un hombre, con barba, y una escopeta. Estaba cazando y había asustado a mi caballo. Me gritó:
         -¿Qué haces aquí, niña?
         -¡Has asustado a mi caballo!
         -Oh, perdona, no sabía que había caballos aquí. –Dijo con sarcasmo y me enfadé.
         -No te perdono.
         -Será mejor que vengas al pueblo conmigo. ¿Cuántos años tienes?
         -7. Y no me voy a ir de aquí sin mi caballo.
         -Mira, niña, ahora estás bajo mi responsabilidad y te vas a venir conmigo, lo quieras o no. Olvida a ese estúpido caballo y vámonos.
         -¡No es estúpido! ¡Es mi caballo y lo quiero mucho!
         -Vaya, eres testaruda, ¿eh?-Me cogió del brazo, haciéndome mucho daño, y me llevó casi arrastrándome hasta lo que era su vehículo. Forcejeé, me intenté liberar, grité, pero nadie me oía y no conseguí nada. Dejé de resistirme, no servía para nada. Estaba cansada y me dolía el brazo.
         -Me has hecho daño. –Le dije.
         -Las niñas que no hacen caso reciben su castigo.
         -Tenía mis motivos. Yo salvé a ese caballo de la muerte y le he cogido mucho cariño. Es mi amigo, el único amigo en quien puedo confiar.
         -Eso sólo son chorradas.
         -Nadie me comprende. –Bajé la cabeza.
         -Conozco a alguien que quizá sí te comprenda…Tengo una hija de más o menos tu edad…-Me parecía raro que un hombre tan mayor tuviera una hija tan pequeña, pero al fin y al cabo, puede que no fuese tan mayor.
         -¿La gustan los caballos?
         -Los ama. No sé de dónde le ha venido esa afición, es algo muy extraño, yo no comprendo nada, pero, al fin y al cabo, tiene libertad para hacer lo que ella quiera, no puedo elegir su destino, sólo puedo intentar guiarla hacia el camino más adecuado.
         -Comprendo. –Oí un relincho lejano y unos cascos y los reconocí al instante: era Rayo que estaba buscándome y por fin me había encontrado. Le dije al cazador:
         -¡¡¡Para!!! ¡¡¡Es mi caballo!!! –Me di la vuelta para ver si podía verle o si estaba muy lejos todavía. Se le veía a unos 10 metros del coche. Estaba galopando con todas sus fuerzas para alcanzarnos. El conductor no bajaba la velocidad a pesar de mis advertencias. Como no me hacía caso, le arañé y le mordí. Apenas lo notó. Le pegué una patada en la espinilla y el coche dio un volantazo. Caí otra vez en mi asiento. Me incorporé y traté de darle más patadas, arañazos y mordiscos con todas las fuerzas de una niña de 7 años. Nada dio resultado. Decidí pisar el freno a pesar de que el acelerador estaba en marcha. El coche emitió un sonido raro y bajó la velocidad, aunque no llegó a parar del todo. Entonces fue cuando el conductor dijo:
         -¿¿¿!!!Eres tonta!!!??? ¡Podrías haber roto el coche y no tenemos dinero para comprar otro!
         -Pues vais a tener que comprar otro como no pares.
         -Cuando pare te voy a dar unos azotes…ya es hora de que aprendas.- El coche recuperó su velocidad pero Rayo estaba muy cerca, galopando a la misma velocidad del coche, que no era mucha, ya que teníamos que ir despacio para evitar los baches y la vegetación del bosque. Seguimos así, hasta que los árboles se empezaron a despejar y comenzó a verse a lo lejos unas casitas bajas. Rayo estaba sudoroso y cansado, pero no conseguía parar el coche y tenía miedo de que el viejo me pegara. Decidí que le vendría bien un poco de entrenamiento.
         Cuando llegamos al pueblo, el coche bajó la velocidad notablemente, para alivio de Rayo. Empezó a trotar mucho más alegremente y descubrí que había algo más que “las casitas”. Era un pueblo bastante grande para ser un pueblo, casi parecía una ciudad, aunque había pocos coches. Llegamos a una casita de madera, bastante pequeña y que no tenía muy buen aspecto. Entramos y descubrí a una niña, no muy bien vestida, y a una mujer con un delantal sucio y viejo que estaba cocinando.
         -Estas son mi mujer y mi hija. María es mi hija, si quieres puedes irte a jugar con ella.
         -Hola, María.-La dije alegremente.
         -Hola,…ejem…
         -Marta.-Me reí.
         -¿Te gustan los caballos?
         -Me encantan, pero la gente no me acepta sólo porque me gusta montar a caballo. De hecho, tengo a mi caballo ahí fuera. Me estará esperando seguro. Vamos a verle.-Salimos de la pequeña y sucia casa pero no encontramos a Rayo por ninguna parte. Y justo, cuando me estaba desesperando e iba a gritar sonó un potente relincho detrás de mí, que casi me deja sorda. Me di la vuelta, asustada, pero cuando comprobé que era Rayo me reí y no pude parar. Al parecer, a María también le pareció gracioso y se echó a reír conmigo.
         -¿Es tu caballo?
         -Bueno…no legalmente, pero se podría decir que sí.
         -¿Cómo es eso?
         -Pues es un potro y no está domado, le querían matar porque se comportaba mal, pero yo le salvé y le traje aquí.
         -Vaya, eres muy valiente.
         -Cuando no tienes a nadie que te quiera, eres capaz hacer locuras por salvar a un preciado animal que es el único que te quiere y que confía en ti. ¿Tú montas a caballo?
         -No…-agachó la cabeza en señal de tristeza.-Me encantaría poder aprender, pero mis padres no tienen dinero para pagarme las clases.
         -Yo te puedo enseñar si quieres. Pero antes tendría que domar a Rayo, él sólo confía en mí y si alguien más se sube y él se da cuenta, te tirará. Además, necesito el equipamiento adecuado para montarle. ¿Sabes si hay algún club hípico por aquí cerca?
         -Guau. Hablas como si llevaras toda tu vida montando a caballo. Y…Sí. Siempre me acerco al club para a los caballos, aunque me echan, porque dicen que soy una niña entrovertida y que me ocupe de mis asuntos. Pero para mí, mis únicos asuntos son los caballos.
         -Te entiendo. Pues llévame allí.-Aproximadamente, llegamos en un cuarto de hora a pie. Cuando llegué, me llevé una sorpresa. El club hípico era enorme. Tenía un edificio de 5 plantas, no sé para qué; tenían tres pistas, una circular para dar cuerda, otra de doma, con la valla muy baja, y otra más grande, para salto y para aprender a controlar al caballo. Además de eso, había otro edificio muy grande, donde estaban las cuadras y donde guardaban todo el equipamiento. Le dije a mi amiga:
         -Guaaaaaaau.-Me quedé con la boca abierto y María se rio. Una adolescente estaba montando a un precioso caballo en la especialidad de doma. Iban los dos muy elegantes. Otra pareja estaba entrenando en la pista de salto. El caballo estaba sudoroso, pero era precioso. Un señor de mediana edad, de unos 40 años más o menos, se acercó a nosotras al ver al potro que nos seguía sin cabezada.
         -¿Qué hacéis aquí con este magnífico potro? ¿Acaso es vuestro o lo habéis robado?
         -¡Claro que es mío! –Contesté indignada.
         -¿Está domado?
         -No, sólo deja que le monte yo, pero nunca le hemos puesto ni silla ni bocado.
         -Entonces vamos domarlo. Este ejemplar llegará muy alto.-Mientras le poníamos la cabezada, le fui contando quiénes eran los padres de Rayo, cuántos años tenía, su historial médico y toda la información que necesitaba. Él hizo un informe.
         Empezamos a dar cuerda a Rayo. Al principio se comportó bien, luego se empezó a aburrir y a hacer lo que quisiera: dar coces, ir por donde quisiera en vez de por donde yo le indicaba…Le dije al hombre:
         -Hacía esto mismo en el club donde le intentaron domar. Al final descubrí que estaba triste porque no tenía amigos y era el único potro.
         -Si es eso lo que le preocupa, tenemos aquí unos cuantos potros. Si quieres les podemos soltar y mañana le intentamos dar cuerda otra vez.-Me sonrió.-Hicimos eso mismo. Rayo hizo muchos amigos, no sólo con los potros, sino también, con los caballos más veteranos y con las yeguas. Descubrí que detrás del gran edificio había 13 kilómetros cuadrados me paddocks. Soltamos allí a todos los caballos que estaban en las cuadras. Rayo se lo pasó muy bien. Le pregunté al señor:
         -¿Para qué es ese gran edificio?
         -Esto es un instituto/universidad, donde por las tardes se preparan jinetes para el mundo de la competición. Aquí llegan jinetes y salen campeones, igual pasa con los caballos. Por las mañanas, dan clase normal, como si fuesen a un instituto y por la tarde, están en clases de equitación donde aprenden para el mundo de la competición. Pero es sólo a partir de 13 años, ya que tienen que dejar atrás a toda su familia, sólo les pueden visitar los fines de semana a las 17:00.
         -¡Me encantaría ingresar aquí!
         -Eres demasiado pequeña, ¿cuántos años tienes?
         -7.
         -¿Cuánto llevas montando?
         -Sólo 3 meses, hace más de un año que no voy a clases, pero he venido galopando a pelo desde un sitio muy lejano encima de un potro que ni siquiera estaba domado, dejando atrás mi cruel pasado, donde nadie respetaba el deporte de la equitación.
         -No presumas, niña, aún te queda mucho por aprender.
         -Ya lo sé, y por eso quiero ingresar aquí, por favor. –Supliqué.
         -Si tantas ganas tienes…puede que te deje. Pero tendrás que cumplir los 10 años al menos.
         -¿Tres años? ¿Me está tomando el pelo?
         -No es para tanto, pero mientras tanto, podrás montar a tu caballo las veces que sea, en cuanto esté domado.
         -Eso me consuela un poco.
         -Pues ya está. Ahora vete a casa. Dejaremos a Rayo aquí, y en cuanto anochezca le meteremos en una cuadra para que pueda dormir tran-quilamente.
         María y yo nos fuimos a casa, no sin antes, despedirme de Rayo. Durante el camino a casa le pregunté delicadamente por la situación económica de la familia. Me respondió:
         -En este pueblo se vive bien, pero mi madre no tiene trabajo, sólo mi padre trabaja. Pero le pagan poco y tiene que ir a cazar a menudo para darnos comida y ropa. El bosque está lejos, pero al menos tenemos un coche que alquilamos cada vez que va a cazar.
         -Lo siento de verdad. Te prometo que yo te enseñaré todo lo que pueda sobre la equitación.

         -Gracias por ayudarme. –Llegamos a casa y comimos el ciervo que había cazado el padre de María. Dormí en el suelo, con una manta vieja, junto a María, que también dormía en el suelo. Pero no me molestó en absoluto, porque estaba ilusionada con mi nueva vida. Mañana sería otro día. 

martes, 10 de diciembre de 2013

Capítulo 8 (Un puente hacia la libertad)

Llegó la Semana Santa y con ella, mi cumple. La familia vino a verme y a felicitarme. Yo hablé con ellos, pero no les dije nada de cómo me sentía en el cole y en lo triste que estaba por no ir a montar. Me felicitaron, me cantaron el cumpleaños feliz, me tiraron de las orejas y me hicieron regalos que no me entusiasmaron mucho, como muñequitas tontas y pijas. Yo lo único que quería para mi cumple era un caballo. Sé que valía mucho y que requería mucho tiempo, mucho dinero y mucho sacrificio, también sabía que mis padres no me iban a dejar tener uno. Pero ellos no sabían lo que sentía por los caballos. No me entendían.
         Decidí que si mis padres no me compraban uno, me lo compraría yo misma. Les pregunté si me lo comprarían y dijeron claramente que no. Les propuse que yo me compraría el caballo y que lo mantendría con el dinero de mi paga y un poco del vuestro (no es que tuviera mucha paga). Dijeron que a lo mejor pero que sería imposible que yo lo comprase. Al día siguiente fui al club, a hurtadillas, y pregunté si Rayo, el hijo de Trueno estaba a la venta. A Trueno no le quería comprar, sé que le había cogido mucho cariño, pero Rayo era el sucesor de Trueno y pensaba entrenarle y llegar juntos al mundo del concurso. Ellos me dijeron que puede, pero que aún no lo sabían, dependía de cómo se comportara el caballo cuando lo empezasen a domar. Yo mantuve la esperanza y empecé a recaudar dinero vendiendo mi ropa pequeña y los juguetes que ya no me divertían. Sólo saqué unos 50 euros, pero a mí me valía. Lo guardé en mi caja del tesoro, donde guardaba unas pequeñas joyas para niños pequeños, allí ya tenía 20 euros que tenía de la paga (que no os sorprenda, eso es toda la paga que me habían dado desde hablaba). Así, poco a poco, empecé a recaudar y recaudar y conseguí llegar a los 100 euros. Decidí concentrarme en los estudios y ser buena, ya que había suspendido la 2º evaluación.
         Pero el vacío de mi corazón seguía estando presente, el vacío que me provocaba no ir a montar a caballo. Yo fui fuerte, intenté no pensar en caballos, pero cada vez que me aburría sólo pensaba en eso. Por las tardes, miraba fotos y vídeos de caballos, pero con eso sólo conseguía sentir más nostalgia. No podía evitar pensar en caballos. Volví al club y les dije que ya tenía 300 euros para comprar a Rayo. Obviamente, me respondieron que eso no era suficiente porque Rayo era el sucesor de Trueno, que fue campeón de salto en sus tiempos y de Luna, que fue campeona de Doma Clásica, también en sus tiempos. Cuando se retiraron, los trajeron aquí para que los niños aprendieran las respectivas modalidades, a un nivel no muy alto.
         Pasó un año, seguí recaudando dinero, con la esperanza de tener a Rayo algún día. Seguía haciendo escapadas a hurtadillas al club, para ver cómo Rayo crecía. Cuando le empezaron a domar, se empezó a comportar raro. Daba coces cada vez que le daban cuerda, no se dejaba levantar la pata, no se estaba quieto cuando lo cepillaban… Algo pasaba, pero nadie sabía qué. Vino el veterinario, a duras penas consiguió examinarle. Dijo que no notaba nada raro, que esperasen a ver qué pasaba. Yo tampoco sabía qué le pasaba.
         Se empezaron a cansar de él y lo querían regalar. Yo estaba de vacaciones, en mi pueblo y no me había enterado de que por fin podía ser mío. Cuando nadie lo aceptó, decidieron llevarle al matadero. Pronto, ese caballo sería carne y ni siquiera yo podría despedirme de él. Pero, en cuanto volví del pueblo, fui inmediatamente al club hípico, ya que me habían mandado un mensaje que decía que iban a matar a Rayo. Fui a verle, él estaba en su cuadra, sin saber que pronto moriría. Yo no podía hacer nada por él. Sentí de pronto unas ganas de llorar y a la vez de enfado que apenas pude aguantarme. Mis lágrimas salieron de mis ojos mientras veía a ese caballo que me había hecho ir al club tantas veces. Ese caballo era el único sentido de mi vida, aunque no pudiera montarlo, verle crecer había sido un regalo para mí. Y ahora que le iba a ver morir mi vida ya no tenía sentido. Intenté convencer a los de la hípica que no lo mataran que yo podía hacer algo por él, pero me respondieron:
         -Sólo eres una niña de 7 años que ha estado montando apenas 3 meses. No tienes experiencia como para tenerle, cuidarle y domarle.
         -3 meses montando, pero viéndole crecer ha sido más de un año. Sé todas sus manías, todos sus gestos y todo lo que es.
         -Eso crees tú. Mira, niña, vete, que mañana al amanecer, vamos a asesinar a este caballo que no sirve más que para alimentar. Y no te recomiendo que lo veas morir, te dará asco.
         Rendida y sin poder hacer nada más que llorar, me fui a mi casa pensando en Rayo. Intenté olvidarlo pero no puede. Algo me decía en mi interior que tenía que hacer algo. Y lo hice. Esa noche me fui donde estaba Rayo. Lo habían dejado en el picadero, junto con los demás para que se despidiera, aunque no sabía que tenía que despedirse. Al ver a todos los caballos allí me alegré. No encontraba a Rayo pero, al final lo vi, pastando en un rincón, sin nadie a su alrededor. Estaba triste, y por fin me di cuenta de lo que le pasaba. No tenía amigos, se sentía sólo, raro, un extraño. Sólo intentaba pedir ayuda. Era el único potro de la manada. No tenía amigos con quien jugar. Me acerqué a él. Él se acercó a mí, al reconocerme. Le dije:
         -No te preocupes, ahora entiendo lo que te pasaba y por qué te comportabas así. Tranquilo, yo te ayudaré.
         Tenía que confesar que no sabía cómo ayudarle, aunque había una posibilidad. Era absurda, y no creía que fuese a funcionar. Pero sé que tenía confianza en mí y yo tenía confianza en él. Aunque no estuviese domado, me importaba un pimiento. Me subí a él, cuidadosamente, despacio, para que se fuera acostumbrando a llevar a alguien encima. Al principio, estaba inquieto y empezó agitarse, nervioso, pero no se movió del sitio, porque no me quería hacer daño. Yo le tranquilicé, sabía que era la primera vez que le montaba alguien, pero era lo único que podía hacer. Abrí la puerta y la cerré tras de mí. Salí intentando retener al potro, pero él se lanzó al galope, hacía mucho que no se lanzaba y tenía ganas de despertar su alma de potro. No le podía parar, así que me dejé llevar. Recordé aquella vez que había hecho esto mismo con su padre. Fue algo maravilloso y esto también lo estaba siendo. Pero su alma de potro le permitió recorrer varios kilómetros a galope tendido, a diferencia de su padre, que ya estaba mayor. Fue alfo maravilloso, en ese momento me olvidé de por qué me estaba escapando con él, me olvidé de que le iban a matar. Sólo disfruté del momento, y me di cuenta de que por fin estábamos juntos.

         Él me llevó a un sitio que nunca había visto, junto a un río. Bebió y pastó un poco, yo me bajé de él y le dije buen chico. Le acaricié su cuello sudoroso y su morro con el lucerito en su frente. Él se tumbó para que pudiese acariciarle mejor. Le abracé y me dormí, sintiendo su respiración y los latidos de su corazón. Y él se durmió, sintiendo mis manos y mi calor, y el amor que yo sentía por él. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Capítulo 7 (Un puente hacia la libertad)

Puede que sea un poco corto también xD
El jueves hicimos mi primera y última ruta. Pasamos por cuestas, por praderas, por debajo de algunos árboles, incluso por ríos. También galopamos un poco e hicimos carreras. Fue un día maravilloso, me había desconectado por completo, hasta que volvimos y recordé lo que me habían dicho mis padres. Me entristecí y bajé la cabeza. Mis padres me esperaban mientras yo estaba despidiendo a cada caballo. Estaba tardando mucho aposta porque no me quería ir, pero mis padres me metían prisa. Hasta que, a la fuerza, mi padre me agarró de la mano y me arrastró hasta el coche. Sabía que resistirme no serviría de nada, pero tampoco le hacía caso, simplemente me dejé arrastrar.
         Pasé 3 meses sin ir a montar. Mis notas bajaron mucho, porque no estudiaba ni hacía los deberes, me pasaba las tardes sollozando en silencio, en la terraza. Los niños del cole seguían burlándose de mí y yo estaba cada vez más triste. No tenía a nadie en quién confiar: mis mejores amigas ya no me hablaban, y mi madre y mi padre estaban siempre trabajando. La tristeza me comía el corazón y me lo fue vaciando poco a poco. Pensaba que ya no valía la pena seguir viviendo, pero era muy joven y me quedaba mucha vida por delante, y estaba segura de que cuando sea mayor, seguiría montando a caballo, y nadie me lo impediría.

         Un día, ya no podía más. Por la noche, sin hacer ruido, me fui al club hípico. Cogí a Trueno, aunque nunca le había montado, yo confiaba en él y él confiaba en mí. Sin silla ni bocado me subí a él con ayuda de una silla y me fui galopando todo lo lejos que pude. Trueno se cansó, porque llevábamos ya media hora galopando, así que dejé que fuera al paso. Perdí el sentido de la orientación. No sabía dónde estaba, todo estaba oscuro, pero a mí eso no me importaba. Si moría allí, sabiendo que Trueno estaba a mi lado, no me importaría. Dejé que Trueno fuese adonde él quisiera y que me llevase lejos, muy lejos. Pero él estaba asustado y quería volver a la finca. Yo no quería. Yo quería que me dejase abandonada allí mismo. Pero la idea de no volverle a ver nunca más me asustaba. Dejé que encontrase el camino a la granja y en cuanto vio la finca, echó a galopar. Me pilló desprevenida pero me aferré con las piernas y me agarré a las crines. Le dejé en su cuadra y fui a ver a Rayo. Había crecido mucho, desde entonces, ahora era 10 centímetros más alto que yo. Ese día recordé lo que me había perdido en tres meses. Porque tres meses sin caballos era toda una eternidad. Y volví a casa antes de que anocheciera y sin que nadie me pillara.

Capítulo 6 (Un puente hacia la libertad)

Las navidades se pasaron rápido: las campanadas, las uvas, los regalos, estar con la familia…etc. Y cuando volví al cole pasó una cosa que me cambió la vida para siempre. Hasta ese momento, yo tenía muchos amigos, y algunos enemigos, como es normal. Pero todo eso cambió cuando el profesor de educación física nos preguntó qué deporte practicábamos: Todos decían fútbol, baloncesto, tenis, balonmano, gimnasia…etc. Y yo fue la única que dije hípica. Cuando lo dije, todos enmudecieron súbitamente. Hasta el profesor puso cara de: “Esta chica se cree que la hípica es un deporte cuando no lo es.” Me indigné y me levanté para irme. Todos me miraron como si fuera una extraterrestre. Sabía que esto iba a ocurrir algún día. Me fue corriendo entre lágrimas hasta mi rincón secreto del patio y lloré, lloré y lloré sin que nadie se atreviera a acercarse para consolarme. Sonó la campana del recreo y ya lo que faltaba. Los niños se acercaron a mí y me llamaban cosas como: vaga, aplastadora de caballos, torturadora de animales…etc. Yo no me atrevía a responderles por si me pegaban y tampoco dije nada cuando llegué a casa. Traté de estar como cualquier día. Sabía que había perdido a todos mis amigos del cole, sabía que mis enemigos me odiaban más que nunca, pero también sabía que yo no había hecho nada, yo simplemente hacía lo que me gustaba y si la gente no lo respetaba que se aguantasen. Pero nunca se iban aguantar. Yo era la débil y no tenía a nadie, ellos eran los fuertes y podían manejarme como a una marioneta sin que les importaran mis sentimientos. El resto de los días los pasé en mi rincón, sollozando en silencio, intentando que nadie me viera, pero siempre oía a los niños que me insultaban. Yo sólo podía aguantarme, y así lo hice.
         Un día, fui a la hípica muy temprano, ya que me dejaban que viese a los caballos antes de la clase. Me acerqué a Trueno y le conté todo lo que había pasado en el cole y todo lo que he estado sufriendo. Trueno me escuchó atentamente, con una pizca de compasión en sus ojos. Me miró profundamente, como diciendo lo siento. Yo le dije que no era culpa suya, son cosas que pasan y que él no podía hacer nada para evitarlo. Bajó la cabeza, pensativo y luego la levantó para que le acariciara y me olvidara un poco de mis problemas. Pero, de repente, oí un relincho desgarrador, y vi a una yegua que se estaba tumbando, cerca de la cuadra de Trueno. Fui corriendo para ver qué le pasaba, recordé todo lo que me habían enseñado sobre las enfermedades que pueden coger los caballos, pero ningún síntoma encajaba con lo que hacía la yegua. Entré en la cuadra, cautelosamente para tranquilizarla, no podía hacer otra cosa, ya que no sabía lo que la pasaba. Sabía que era muy peligroso, pero yo quería ayudarla. La yegua se tumbó, yo me senté con ella, la acaricié su cuello sudoroso, ella no hacía más que retorcerse de dolor. Y de repente me di cuenta: estaba teniendo un potro. Parecía un parto normal sin ningún problema, así que me senté a ver la escena. Tres minutos tardó el potro en salir. Se intentó levantar pero se cayó y me reí. Necesitó varios intentos hasta que se levantó a duras penas, y su madre le lamió todo el cuerpo con su lengua para limpiarle. Madre e hijo/a se vieron por primera vez y se quedaron juntos. Decidí irme para dejarles intimidad.

         Poco después, vinieron los dueños de la granja, yo les dije lo que había pasado y ellos me dijeron que Trueno había cubierto a esa yegua hace pocos meses, eso quería decir que Rayo, el potro, era hijo de Trueno. La verdad es que se parecía mucho, era negro como su madre, pero me dijeron que de mayor iba a ser alazán como su padre. Tenía la misma forma del morro y las patas delgadas pero ágiles, como las de su padre. Sacamos a los tres al picadero y estuve observándoles como jugaban juntos. Después les volvimos a meter y ya dimos la clase. Hicimos lo de siempre y perfeccionamos el galope, eso era algo que me encantaba, me hacía sentirme libre. 

Capítulo 5 (Un puente hacia la libertad)

Es un poco corto, pero bueno. Espero que os guste xD
Cuando llegaron las navidades, estaba ya cansada del cole, y por eso me alegré. Crecí unos pocos centímetros y sentí que me hacía mayor poco a poco. Estaba disfrutando de las clases de equitación y de mis compañeros. Y cuando me dijeron que iban a hacer un campamento de navidad en el que íbamos estar todo el día en la granja, no hice más que aguantarme la paciencia de que llegara el gran día. Y justo cuando llegó, conocí a varios niños más que también iban a montar a la hípica.

         Primero nos echaron una charla sobre la anatomía del caballo, cómo ve, cómo siente, cómo oye, cómo huele… Las diferentes razas de caballos y las diferentes modalidades hípicas. Posteriormente, nos enseñaron cómo cuidar al caballo: les dimos de comer, les limpiamos la cuadra, les echamos paja, les herramos y les dimos cuerda. También les hicimos varios peinados en las crines y en la cola. Eso fue bastante divertido y nos reímos mucho. Acabamos hambrientos y entonces, comimos allí. Después de comer, nos dieron tiempo libre, que yo pasé con mis amigos y con Trueno. Y otra vez, nos echaron otra charla sobre las enfermedades que puede coger el caballo, cómo evitarlas y cómo tratarlas. Ahora ya sabía todo sobre el cuidado del caballo. Después de la charla, prepararon varios carruajes y nos fuimos a dar una vuelta, todos juntos. Tuve la oportunidad de conducir el carro durante cinco minutos y moló mucho. Cuando volvimos, montamos a pelo. Fue algo maravilloso, algo indescriptible, increíble, inexplicable. Pero lo mejor fue ver el anochecer a lomos de un caballo, disfrutando del viento que me azotaba el cuello, levantándome el pelo por los aires. Me descalcé y me puse a galopar con él, aunque había aprendido a galopar hacía poco, ya que sólo llevaba tres meses montando a caballo. Me desconecté del mundo, era como traspasar una puerta y teletransportarme a otra dimensión, donde todo era posible, donde estaba con mi mejor amigo, un animal para cualquiera que lo viese, pero para mí era mucho más que eso, era un amigo en quién podía confiar. Y de pronto, una voz me despertó de mi sueño, haciéndome volver a la realidad, para mi desgracia. Era mi padre, que decía que ya era hora de volver a casa. Me despedí de mala gana del caballo que había montado, uno castaño y bien bonito, y me fui a casa. Esa noche, soñé con unicornios y pegasos, es que yo tengo mucha imaginación, y me dormí con una sonrisa en los labios: ese día había sido el mejor de mi vida.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Capítulo 4 (Un puente hacia la libertad)

Llegamos en cinco minutos, que se me hicieron eternos, y nos recibió una chica rubia, con pantalones y botas de montar. Me dijo:
            -Hola, peque, ¿preparada para montar? –No me gustaba que me llamaran peque, pero intenté ser amable porque quería empezar ya.
            -Sí. –Dije con mucho entusiasmo.   
            -Bien, sígueme. -Nada más entrar en la granja, noté ese olor característico de los animales. Era un poco desagradable, pero luego me acostumbré. Mientras nos dirigíamos a las cuadras, la chica rubia me preguntó:
            -¿Cómo te llamas? Yo Natalia, pero me puedes llamar profe.
            -Marta. ¿Vas a ser mi profe de hípica?
            -Sí. ¿Cuántos años tienes?
            -Cinco, pero voy a cumplir seis en noviembre.
            -¡Y ya vas a primaria! Qué mayor. –No me gustaba que me dijesen eso de “qué mayor” o “cómo has crecido” pero tenía que ser amable, porque si no, mi padre me desapuntaba.
            -Sí, y ya sé leer. –En ese momento vi un precioso caballo alazán que me miraba con unos ojos profundos y me enamoré. Pero la profe dijo:
            -Ese caballo es sólo para avanzados y está especializado en salto. Hasta dentro de unos años no lo montarás. Este es el que vas a montar hoy. –Señaló un caballo blanco, grande y pesado, que estaba comiendo paja y ni siquiera levantó la cabeza cuando fui a acariciarle. Dije:
            -No me gusta.
            -Te gustará cuando lo montes. –Natalia me explicó dónde estaban los cepillos y le cepillé. Le puse la silla que, por cierto, pesaba mucho, y el bocado, con la ayuda de la profe. Fui a la pista rectangular con mi caballo, que arrastraba los pies y no parecía muy contento de que le sacasen a montar, y la profe me ayudó a subirme a él. Me explicó cómo controlarlo, cómo coger las riendas, y cuál era la postura correcta, y me puse a andar con él. Me costó hacer que avanzara, pero al final, con un profundo suspiro, lo conseguí. Hicimos varios ejercicios de diagonales, círculos, levantar el culo de la silla, y al final, intenté hacer un poco de trote. Claro que con este caballo, me costó un mundo y la profe me tuvo que ayudar. Me encantó la clase, aún con el caballo tan vago que me había tocado y le dije a la profe que gracias por esta clase tan guay. Ella me dijo:
            -Has avanzado mucho en esta clase, y veo que te ha gustado. Esta tarde montarás un caballo mejor. Este es sólo para recién llegados.
            -Siento intriga por saber qué caballo me tocará.
            -Pronto lo descubrirás. –Me dijo con una sonrisa.
            Mi padre me vino a recoger y nada más llegar a casa, vi muchos vídeos sobre cómo montar a caballo, para hacerlo mejor esta tarde. Estaba segura que el caballo que me tocaría sería mucho mejor que este porque la profe me había dicho que lo hacía muy bien y que había avanzado mucho. La mañana se me pasó volando, y me tuve que ir a comer rápidamente.
            Comí rápidamente y me eché una pequeña siesta. Me desperté a las 4 y media y casi me da un infarto porque no quería llegar tarde a mi primera clase. Pero aún quedaba media hora, así que, me vestí, y me fui con mi padre. Cuando llegamos y mi padre se fue, que es lo que iba a hacer a partir de ahora, Natalia me dijo que había 5 niños más en la clase aparte de yo. Me entristecí un poco, aunque no lo hice notar. Eran tres chicas y dos chicos, más yo. Una de las chicas me pareció maja y me hice amiga suya rápidamente. La otra no me pareció tan maja, pero tampoco era para odiarla, y en cuanto a los chicos, unos gansos, como se suele decir, aunque graciosos y divertidos. Ellos llevaban montando desde que empezó el verano, así que me llevaban un poco de ventaja, pero me adapté rápidamente y aprendí mucho. El caballo que me tocó era un caballo negro, enorme, esbelto, con las crines onduladas y un lucero en la frente. Me costó subirme a él, aunque noté que era muy diferente al caballo que había montado por la mañana. No hacía falta darle tanto para que empezara a andar, aunque había que controlarle del bocado porque, al ser tan grande, siempre estaba pegado al caballo de delante. Por lo demás era un cielo. Nos enseñaron a hacer espalda afuera y espalda adentro, y aunque al principio no lo entendía muy bien, luego me salió, más o menos. Y también nos enseñaron el trote corto y el trote largo. Me encantó ese caballo, aunque seguía pensando en el caballo árabe, alazán, que había visto por la mañana. Ese día, me dormí, soñando con caballos.


            En las clases siguientes, nos enseñaron a hacer los apoyos y seguimos practicando el trote largo, el trote corto, el trote levantado, el trote sentado, espalda adentro, espalda afuera, diagonales y ese tipo de cosas. Descubrí que había muchos caballos diferentes: unos color perla, otros castaños, otros alazanes, otros blancos, otros negros…Pero yo sólo tenía ojos para el caballo árabe, alazán. Le pregunté a la profe cómo se llamaba y me dijo que Trueno. Cada día, me acercaba a él, hablaba con él, aunque sabía que no me respondería con palabras, pero sí con relinchos, con su hocico, con su mirada. Su mirada sabia y profunda que me enamoró el primer día. Y me dije a mí misma que algún día ese caballo sería mío.