Llegó
la Semana Santa y con ella, mi cumple. La familia vino a verme y a felicitarme.
Yo hablé con ellos, pero no les dije nada de cómo me sentía en el cole y en lo
triste que estaba por no ir a montar. Me felicitaron, me cantaron el cumpleaños
feliz, me tiraron de las orejas y me hicieron regalos que no me entusiasmaron
mucho, como muñequitas tontas y pijas. Yo lo único que quería para mi cumple
era un caballo. Sé que valía mucho y que requería mucho tiempo, mucho dinero y
mucho sacrificio, también sabía que mis padres no me iban a dejar tener uno.
Pero ellos no sabían lo que sentía por los caballos. No me entendían.
Decidí que si mis padres no me
compraban uno, me lo compraría yo misma. Les pregunté si me lo comprarían y
dijeron claramente que no. Les propuse que yo me compraría el caballo y que lo
mantendría con el dinero de mi paga y un poco del vuestro (no es que tuviera
mucha paga). Dijeron que a lo mejor pero que sería imposible que yo lo
comprase. Al día siguiente fui al club, a hurtadillas, y pregunté si Rayo, el
hijo de Trueno estaba a la venta. A Trueno no le quería comprar, sé que le
había cogido mucho cariño, pero Rayo era el sucesor de Trueno y pensaba
entrenarle y llegar juntos al mundo del concurso. Ellos me dijeron que puede,
pero que aún no lo sabían, dependía de cómo se comportara el caballo cuando lo
empezasen a domar. Yo mantuve la esperanza y empecé a recaudar dinero vendiendo
mi ropa pequeña y los juguetes que ya no me divertían. Sólo saqué unos 50
euros, pero a mí me valía. Lo guardé en mi caja del tesoro, donde guardaba unas
pequeñas joyas para niños pequeños, allí ya tenía 20 euros que tenía de la paga
(que no os sorprenda, eso es toda la paga que me habían dado desde hablaba).
Así, poco a poco, empecé a recaudar y recaudar y conseguí llegar a los 100
euros. Decidí concentrarme en los estudios y ser buena, ya que había suspendido
la 2º evaluación.
Pero el vacío de mi corazón seguía
estando presente, el vacío que me provocaba no ir a montar a caballo. Yo fui
fuerte, intenté no pensar en caballos, pero cada vez que me aburría sólo
pensaba en eso. Por las tardes, miraba fotos y vídeos de caballos, pero con eso
sólo conseguía sentir más nostalgia. No podía evitar pensar en caballos. Volví
al club y les dije que ya tenía 300 euros para comprar a Rayo. Obviamente, me
respondieron que eso no era suficiente porque Rayo era el sucesor de Trueno,
que fue campeón de salto en sus tiempos y de Luna, que fue campeona de Doma
Clásica, también en sus tiempos. Cuando se retiraron, los trajeron aquí para
que los niños aprendieran las respectivas modalidades, a un nivel no muy alto.
Pasó un año, seguí recaudando dinero,
con la esperanza de tener a Rayo algún día. Seguía haciendo escapadas a
hurtadillas al club, para ver cómo Rayo crecía. Cuando le empezaron a domar, se
empezó a comportar raro. Daba coces cada vez que le daban cuerda, no se dejaba
levantar la pata, no se estaba quieto cuando lo cepillaban… Algo pasaba, pero
nadie sabía qué. Vino el veterinario, a duras penas consiguió examinarle. Dijo que
no notaba nada raro, que esperasen a ver qué pasaba. Yo tampoco sabía qué le
pasaba.
Se empezaron a cansar de él y lo
querían regalar. Yo estaba de vacaciones, en mi pueblo y no me había enterado
de que por fin podía ser mío. Cuando nadie lo aceptó, decidieron llevarle al
matadero. Pronto, ese caballo sería carne y ni siquiera yo podría despedirme de
él. Pero, en cuanto volví del pueblo, fui inmediatamente al club hípico, ya que
me habían mandado un mensaje que decía que iban a matar a Rayo. Fui a verle, él
estaba en su cuadra, sin saber que pronto moriría. Yo no podía hacer nada por
él. Sentí de pronto unas ganas de llorar y a la vez de enfado que apenas pude
aguantarme. Mis lágrimas salieron de mis ojos mientras veía a ese caballo que
me había hecho ir al club tantas veces. Ese caballo era el único sentido de mi
vida, aunque no pudiera montarlo, verle crecer había sido un regalo para mí. Y
ahora que le iba a ver morir mi vida ya no tenía sentido. Intenté convencer a
los de la hípica que no lo mataran que yo podía hacer algo por él, pero me
respondieron:
-Sólo eres una niña de 7 años que ha
estado montando apenas 3 meses. No tienes experiencia como para tenerle,
cuidarle y domarle.
-3 meses montando, pero viéndole crecer
ha sido más de un año. Sé todas sus manías, todos sus gestos y todo lo que es.
-Eso crees tú. Mira, niña, vete, que
mañana al amanecer, vamos a asesinar a este caballo que no sirve más que para
alimentar. Y no te recomiendo que lo veas morir, te dará asco.
Rendida y sin poder hacer nada más que
llorar, me fui a mi casa pensando en Rayo. Intenté olvidarlo pero no puede.
Algo me decía en mi interior que tenía que hacer algo. Y lo hice. Esa noche me fui
donde estaba Rayo. Lo habían dejado en el picadero, junto con los demás para
que se despidiera, aunque no sabía que tenía que despedirse. Al ver a todos los
caballos allí me alegré. No encontraba a Rayo pero, al final lo vi, pastando en
un rincón, sin nadie a su alrededor. Estaba triste, y por fin me di cuenta de
lo que le pasaba. No tenía amigos, se sentía sólo, raro, un extraño. Sólo
intentaba pedir ayuda. Era el único potro de la manada. No tenía amigos con
quien jugar. Me acerqué a él. Él se acercó a mí, al reconocerme. Le dije:
-No te preocupes, ahora entiendo lo que
te pasaba y por qué te comportabas así. Tranquilo, yo te ayudaré.
Tenía que confesar que no sabía cómo
ayudarle, aunque había una posibilidad. Era absurda, y no creía que fuese a
funcionar. Pero sé que tenía confianza en mí y yo tenía confianza en él. Aunque
no estuviese domado, me importaba un pimiento. Me subí a él, cuidadosamente,
despacio, para que se fuera acostumbrando a llevar a alguien encima. Al
principio, estaba inquieto y empezó agitarse, nervioso, pero no se movió del
sitio, porque no me quería hacer daño. Yo le tranquilicé, sabía que era la
primera vez que le montaba alguien, pero era lo único que podía hacer. Abrí la
puerta y la cerré tras de mí. Salí intentando retener al potro, pero él se
lanzó al galope, hacía mucho que no se lanzaba y tenía ganas de despertar su
alma de potro. No le podía parar, así que me dejé llevar. Recordé aquella vez
que había hecho esto mismo con su padre. Fue algo maravilloso y esto también lo
estaba siendo. Pero su alma de potro le permitió recorrer varios kilómetros a
galope tendido, a diferencia de su padre, que ya estaba mayor. Fue alfo
maravilloso, en ese momento me olvidé de por qué me estaba escapando con él, me
olvidé de que le iban a matar. Sólo disfruté del momento, y me di cuenta de que
por fin estábamos juntos.
Él me llevó a un sitio que nunca había
visto, junto a un río. Bebió y pastó un poco, yo me bajé de él y le dije buen
chico. Le acaricié su cuello sudoroso y su morro con el lucerito en su frente. Él
se tumbó para que pudiese acariciarle mejor. Le abracé y me dormí, sintiendo su
respiración y los latidos de su corazón. Y él se durmió, sintiendo mis manos y
mi calor, y el amor que yo sentía por él.
Cuqndo sale por la puerta dice algo de alma de potro y muy poquito despues lu vuelves a repetir y queda raro y y poco mas abajo pone -fue alfo maravilloso- no es alfo es algo xD es solo por si quieres cambiarlo.
ResponderEliminarMe encanta *_*
es verdad, gracias, ahora cambio lo de alfo y bueno, cambiare tambien lo del alma de potro y pondre espiritu
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