Dejaros llevar por el contenido de este blog, introduciros en mi mundo, olvidaros de todo y empezad a soñar conmigo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Monta a pelo

Hoy voy a interrumpir la historia porque quiero escribir sobre otra cosa: la monta a pelo. La monta a pelo es la monta natural, sin silla, ni bocado. Es infinitamente más cómodo para el caballo aunque no tanto para el jinete. Pero cuando montas a pelo te sientes mucho más libre, el viento te levanta el pelo, y los dos disfrutáis: caballo y amazona. Claro que montar a pelo, no es lo mismo que montar normal. Hay que tener mucha más fuerza, mucha más confianza y mucho más control. Existe más riesgo de que el caballo te tire, por eso tienes que confiar en tu caballo para que no te dé miedo. Para montar a pelo, como no tienes riendas, sólo puedes controlar al caballo con los pies y con el peso de tu cuerpo. Ya no vale frenar tirando de las riendas, ahora o el caballo frena involuntariamente si te ve en peligro o te echas hacia atrás. Y sólo puedes girar dándole con los pies (seguro que ya sabréis que si le tiras de la rienda para girarle también le metes el pie contrario). En cuanto lo controles, lo disfrutarás al máximo y será una experiencia inolvidable para los dos.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Capítulo 3 (Un puente hacia la libertad)

La semana se me hizo eterna. Me entretenía con mi compañera de habitación y con mi madre, con la que todas las noches leía. Poco a poco, mejoré y descubrí que la lectura es fascinante y que cuando te enganchas a un buen libro no puedes parar de leerlo. Y cuando llegó el lunes, me quitaron la venda de la cabeza y descubrí que ya no me dolía. Estaba curada. Me dieron el alta y mi padre, mi madre (que ya se había curado casi por completo, pero aún tenía una pequeña venda y un bastón para andar) y yo nos fuimos a casa. Y de pronto recordé lo que me había dicho mi padre hace una semana y exclamé entusiasmada:
            -Papá, ¿hoy voy a ir a montar a caballo?
         -Hoy todavía no porque tenemos que organizar las cosas, pero he encontrado un club hípico muy cerca de casa al que podrás ir dos veces por semana: los martes y los jueves. Los precios son baratos, dentro de lo que cabe, y ya he llamado para apuntarte. El jueves podrás ir.
            -¿No puedo ir mañana?
            -Hasta el jueves no empieza.
            -¿Y el cole cuándo empieza?
       -La semana que viene. Te tengo que felicitar por tus progresos en la lectura. Estoy muy orgulloso de ti.
            -Gracias. –Me fui a leer todo lo que quedaba de tarde pero me llamaron por teléfono. Y me llamaron muchas veces. Eran amigos y familiares que me preguntaban que cómo estaba y qué tal y que si me dolía la cabeza. Al final no leí casi nada, pero me divertí mucho.
       Los días siguientes quedé con los amigos en el parque. Íbamos con nuestros padres, pero nos lo pasamos muy bien. Y el miércoles mi padre me acompañó a comprar todo lo que necesitaba para ir a montar. Me compré unos pantalones de montar gruesos y ajustados de color negro, unas botas altas negras, un casco y unos guantes. Estaba tan ilusionada probándome todo que se nos hizo de noche y al final nos tuvieron que decir que nos vallásemos porque iban a cerrar. Así que esa noche cenamos en un restaurante y, ya en el interior vi una foto de un caballo y su jinete en una competición de salto. En el grabado ponía Hickstead y Eric Lazame. Cuando llegué a casa vi muchos vídeos de aquella pareja tan particular y me enamoré. Y descubrí la horrible muerte de Hickstead. Me puse a llorar, pero en seguida me dormí porque estaba hecha polvo.
            Al día siguiente mi padre me despertó pronto y yo no sabía por qué, porque todavía, que supiese no había empezado el cole. Pero cuando fui al baño a vestirme y vi la ropa y el equipamiento que me había comprado ayer, me acordé de pronto: ¡hoy iba a ir a montar! ¡Por fin! Mi padre me dijo:
           -Normalmente la clase es de 17:00 a 18:00. Pero quieren que antes hagas una prueba por si te da miedo.
             -¡Cómo me va a dar miedo!
          -Hay gente como tú que le ha dado miedo y ha pagado la clase para nada, y no quiero que eso nos pase a nosotros también.
             -Pero entonces, ¿también daré clase por la tarde?

       -Si no te da miedo sí. –Y con esto, asentí, me fui a la habitación a coger una mochila, metí los guantes y el casco, me puse las botas y me fui con mi padre.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Capítulo 2 (Un puente hacia la libertad)

Al día siguiente vino mi padre. Y me dio una sorpresa enorme, ya que traía consigo un peluche con forma de caballo. Por lo que aprendí en el documental era un caballo tordo, casi tan grande que apenas me cabía en los brazos. Lo abracé todo lo que pude y me lo acurruqué contra el pecho. Cuando me recuperé de la sorpresa le pregunté a mi padre:
          -¿Cómo? ¿Por qué? –Reí.
        -¿Te gusta? –Me preguntó mi padre con una sonrisa en los labios.
          -¡Me encanta! –Exclamé. –Pero, ¿por qué?
       -Porque me he enterado de que te gustan los caballos, ¿no es así? –En ese momento, mi madre apareció ayudada por dos muletas en la puerta. Sonreía.
          -¡Mamá! ¿Se lo has dicho por mí?
          -Pensé que te haría ilusión.
         -Muchas gracias, de veras, es el mejor regalo que me han hecho en la vida.
         -El médico ha dicho que te vendría bien ir a montar a caballo para ir recuperando y ejercitando la mente. Dice que en la equitación se desarrolla mucho la coordinación, la destreza y la habilidad y que te vendría muy bien. Y también irás recuperando la confianza en ti misma.
            -¿Cuándo podré ir a montar?
          -Todavía no, quizá la semana que viene. Pero estamos en septiembre y pronto empezará el cole y tienes que practicar a leer, así que tu madre leerá todas las noches contigo, ¿vale?
            -Jo, yo no quiero ir al cole.
            -Pero tienes que ir. –De repente, el rostro de mi padre se puso serio.
          -Vale, pero voy al cole a cambio de ir a montar a caballo.
            -De eso nada, jovencita. Independientemente de si vas a montar o no tendrás que ir al cole.
            -Está bien.
            -Bueno y ahora me voy, que tengo que ir a trabajar.
        La verdad es que no fue una despedida muy feliz, incluso mi madre se fue triste a la cama y esa noche no leímos. Simplemente hablé con mi compañera de todo lo que había pasado y lo comentamos. Por la noche, quería hablar con mi madre. Así que fui a su habitación. Estaba leyendo un libro que le había traído mi padre. Le pregunté:
           -¿Estás enfadada?
           -Yo no, pero tu padre sí.
         -Es que estoy tan ilusionada por lo de ir a montar que no había pensado en el cole.
           -Pues te tienes que poner las pilas porque no vas a ir a montar si no practicas la lectura.
           -Eso no es justo. Sabes que a mí no se me da bien leer.
         -Por eso te tienes que poner las pilas. Mira, esto no es un castigo, sólo tu deber. Es lo que tienes que hacer y lo que hace todo el mundo.
          -Me voy a dormir. Gracias por la charla. –Puse cara de sarcasmo.


            -De nada. –Se rio. 

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Capítulo 1 (Un puente hacia la libertad)

De repente, se oyó un pitido de un coche, que hizo que me sobresaltara. Al instante, vimos una furgoneta que salió de la nada y se cruzaba por nuestra carretera. Mi madre no tuvo tiempo de frenar, y sin poder evitarlo, nos chocamos. Me di un fuerte golpe contra la ventana, aunque llevaba el cinturón puesto, y seguidamente, perdí el conocimiento.
            Me desperté en el hospital. Estaba todo oscuro y no podía ver nada, sólo apreciaba siluetas que se movían por el pasillo de vez en cuando. Me dolía la cabeza y me toqué donde me había dado el golpe. Descubrí que llevaba puesta una venda. Un escalofrío me recorrió la espalda. Recordé la escena del accidente. No sabía de quién era el otro vehículo. No sabía si mi madre estaba bien, no sabía dónde estaba nadie. Y fue entonces cuando descubrí que tenía una compañera de habitación. Estaba dormida, pero se había despertado, por mi respiración agitada.
            -Siento haberte despertado. –La dije tímidamente.
            -No pasa nada. –Me respondió ella, mirando hacia la ventana.
            -No sé cuánto tiempo he estado durmiendo, pero ya no estoy cansada y no sé qué hacer.
            -Aquí el tiempo pasa muy lento cuando estás despierta, pero muy rápido cuando duermes. Te vi el otro día. Una ambulancia te trajo aquí. –Estaba muy tranquila, como si eso de que una ambulancia te traiga al hospital fuese muy normal.
            -¿Cuándo? –La pregunté.
            -Hace dos días. –Ella seguía mirando a la ventana.
            -¿He estado durmiendo dos días?
            -Al parecer, sí.
            -¿Sabes dónde está mi madre?
            -Está en la habitación de al lado. Supongo que estará durmiendo. Te recomiendo que no la despiertes. Ella no se ha hecho gran cosa, sólo se ha roto un tendón de la pierna. Si no la despiertas, no sufrirá. –Y señaló a la pared.
            -Quiero ir a verla.
            -Mañana. Ahora debes descansar.
            -He estado descansando dos días. ¿Es que te parece poco?
            -No, pero tienes una hemorragia en la cabeza. Menos mal que no se te ha llegado a infectar. Los médicos te la curaron, pero debes estar en reposo un mes.
            -¿Un mes? Jolín. ¿Tú cuánto tiempo llevas aquí?
            -Desde que tengo uso de la razón. Tengo cáncer. Me han operado varias veces, y creo que dentro de dos años podré volver a casa. –Al decir esto, su cara reflejó una expresión de tristeza.
            -Y estás esperando el gran día, ¿no?
            -Sí, aunque aún quedan dos años.
            -¿Cuántos años tienes?
            -12. ¿Tú?
            -Sólo tengo 5 años y es la primera vez que veo un hospital.
            -Yo llevo aquí toda mi vida, por desgracia. Aunque hay veces que el hospital resulta agradable.
            -Pues yo no lo veo nada agradable.
            -Piénsalo. Los médicos nos curan, este es un lugar mágico, un lugar donde se cura a las personas, un lugar en el que los sueños de una persona se pueden hacer realidad. Aunque algunas veces puede resultar siniestro.
            -Ya me lo imaginaba. Bueno, no te quiero molestar más. Buenas noches. –Y con esto, cerré los ojos. No conseguía dormirme, así que decidí ponerme la tele. Para no molestar a mi compañera, me puse los cascos. Era un canal de animales. Estaban echando un reportaje sobre caballos. Me quedé toda la noche viendo ese canal. Aprendí muchas cosas sobre caballos, cómo viven en su manada, como se crían,…etc. Me encantó cómo los caballos vivían en libertad. Me enganché tanto que estuve toda la noche viéndolo y ni siquiera me di cuenta de cómo el sol empezaba a alumbrar la habitación. Sólo desperté de mi ensimismamiento cuando una enfermera trajo el desayuno a la habitación y me dijo:
            -Aquí tienes, peque.
            -Muchas gracias.
            -Veo que te has despertado por fin.
            -Sí, me desperté anoche.
            -¿Qué has estado haciendo toda la noche? Veo que te has viciado, ¿no? –Y en su cara se dibujó una sonrisa.
            -Sí, no lo he podido evitar.
            -Estos jóvenes de hoy en día. No hacen más que ver la tele. A saber lo que ven… -Y con esto, dejó las bandejas del desayuno y se fue. Cuando ya no nos podía oír, le comenté a mi compañera:
            -Es maja la enfermera.
            -La verdad es que sí. Ha sido la mejor enfermera del hospital desde que estoy aquí. Es como una segunda madre para mí.
            - ¡Mi madre! ¡Voy a ir a verla ahora mismo! –Me acordé de repente.
            -¡No! ¡Quieta! No puedes irte de aquí.
            -¿Por qué no?
            -Porque no quiero quedarme sola. –Bajó la mirada.
            -Sólo será un momento…por favor… -Mi mirada era triste, estaba suplicándola.     
            -Está bien, pero no tardes mucho, por favor.
            -Te prometo que no tardaré. –Dicho esto, me fui a la habitación de al lado, donde mi madre estaba tumbada en la cama, con un venda en el pie.
            -¿Cómo estás? –Le pregunté.
            -Estoy bien, ahora que me han dado los calmantes. Ya no me duele tanto, además, ya se me está curando. ¿Cómo estás tú?
            -Me duele la cabeza, pero no me he mareado.
            -Eso es buena señal. ¿Sabes qué?
            -¿Qué?
            -Hemos cogido a un ladrón.
            -¿Cómo?
            -Lo que oyes. Hemos capturado al ladrón. El señor con el que nos chocamos, llevaba una carga de 10 kilos de oro puro en su furgoneta. Nos chocamos con él  y nos hemos convertido en heroínas. Aunque nos ha costado caro.
            -¿En serio? ¿He salvado al mundo?
            -No, no. Bueno, en cierto modo sí. Era uno de los ladrones más peligrosos del mundo. Ya lo han detenido.
            -Me alegro. ¿Sabes qué he hecho durante la noche?
            -¿Qué?
            -Ver la tele. He visto un documental de caballos. Me ha encantado.
            -Qué bien. Hoy va a venir tu padre.
            -Vale, bueno, si quieres dejo de molestarte y me voy. Además, le he prometido a mi compañera de habitación que no tardaría. Y si papá nos va a visitar, lo mejor será que me vaya. Adiós, mamá.


            -Hasta luego.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Historia de caballos

Me voy a proponer escribir una historia de una niña apasionada de los caballos, porque me encantan los caballos, y porque he escrito historias desde pequeña. Creo que esto será un poco corto para ser novela, pero tendrá varios capítulos (espero). Espero que os guste. :)