Me desperté al día siguiente cuando ya
había amanecido. Estaba sola, tumbada en el suelo, y Rayo no estaba conmigo. Le
busqué y le vi bebiendo agua junto al río. Me acerqué a beber yo también y
sentí que me rugían las tripas de hambre. El potro me dio envidia cuando le vi
comer. Busqué en los bolsillos de mi chaqueta y descubrí una barra de Kit-Kat.
Me la comí ferozmente, aunque sólo me quitó el hambre por muy poco tiempo. Rayo
se agachó para que pudiera subirme y esta vez no salió al galope. Iba al paso
tranquilamente y ya empezaba a entender cuando le pedía paso y cuando le pedía
galope. Seguimos el curso del río y media hora después llegamos a un gran lago.
Me bajé del caballo y decidí darme un baño. Mientras me estaba bañando, alguien
me salpicó. Me asusté y me volví para ver quién había sido. El travieso potro
se había metido en el lago y me había salpicado. Me reí y le salpiqué yo
también. Nos enzarzamos en una pelea de agua, aunque él siempre me ganaba
porque salpicaba más fuerte que yo. Nos divertimos mucho y no nos dimos cuenta
de que el tiempo pasaba.
Volví a sentir hambre, mis tripas me
pedían comida, pero yo no tenía. De pronto, el potro echó a correr. Le dije que
esperase, pero no me hizo caso. Le intenté seguir, pero él era mucho más rápido
que yo y se perdió entre la espesura del bosque. Me senté en la orilla del río.
Pensé que ya volvería, ya que no tenía adonde ir. Sin embargo, al cabo de unos
minutos, me eché a llorar, perdí toda esperanza de que volviera, pensaba que me
iba a morir de hambre…Y de pronto, escuché un relincho lejano, pero potente.
Varios segundos después, oí el sonido de unos cascos galopando y me di la
vuelta. Era Rayo y llevaba dos manzanas en la boca. Me las dio y me las comí rápidamente
porque tenía mucha hambre. Era increíble cómo un potro de apenas 2 años había
averiguado que yo tenía hambre y me había traído dos manzanas.
Ya no tenía hambre, pero Rayo me llevó
junto a un árbol lleno de manzanas. Allí nos quedaríamos. El río estaba cerca y
los árboles tapaban los rayos del sol que me hacían daño a los ojos. Me quedé
dormida allí, con Rayo, justo después de poder contemplar el maravilloso
atardecer.
Me desperté al día siguiente, y como
siempre, Rayo estaba bebiendo en el río. Comimos manzanas del árbol y galopamos
por una pradera que estaba a unos minutos. Como siempre, nos bañamos en el río.
Así fueron los siguientes días. Fue una etapa muy feliz de mi vida. Era como
una rutina. Siempre lo mismo. Al principio lo disfrutaba. No echaba de menos a
nadie, nadie me quería, nadie me cuidó en el pasado. Así que era como que no
tenía seres queridos. Ni siquiera mis padres me cuidaron. Estaban siempre
trabajando y no me ayudaban en los deberes, ni me decían buenas noches, ni me
daban cariño. Por eso no echaba de menos a nadie. Estábamos Rayo y yo juntos,
era lo que siempre había querido. Y ahora que estábamos juntos, me empecé a
aburrir un poco. Seguía queriendo a Rayo, por supuesto. Pero quería empezar a
entrenarlo, quería aprender yo también, además, no tenía a nadie con quien
hablar, estaba sola, menos por Rayo. Sé que él me respondía, pero necesitaba
hablar con alguien, que me respondiera con palabras, necesitaba una presencia
humana en quien poder confiar.
Un día, noté a Rayo nervioso. Estaba
agitado, se movía constan-temente, y, aunque le llamaba, corría nervioso de acá
para allá. No sabía qué hacer, no sabía por qué estaba así. Y pronto, oí unos
pasos no muy lejanos. Y luego un disparo. Rayo no pudo más y echó a correr,
perdiéndose en la espesura del bosque y dejándome completamente sola y
abandonada en el bosque. Vi a un hombre, con barba, y una escopeta. Estaba
cazando y había asustado a mi caballo. Me gritó:
-¿Qué haces aquí, niña?
-¡Has asustado a mi caballo!
-Oh, perdona, no sabía que había
caballos aquí. –Dijo con sarcasmo y me enfadé.
-No te perdono.
-Será mejor que vengas al pueblo
conmigo. ¿Cuántos años tienes?
-7. Y no me voy a ir de aquí sin mi
caballo.
-Mira, niña, ahora estás bajo mi
responsabilidad y te vas a venir conmigo, lo quieras o no. Olvida a ese
estúpido caballo y vámonos.
-¡No es estúpido! ¡Es mi caballo y lo
quiero mucho!
-Vaya, eres testaruda, ¿eh?-Me cogió
del brazo, haciéndome mucho daño, y me llevó casi arrastrándome hasta lo que
era su vehículo. Forcejeé, me intenté liberar, grité, pero nadie me oía y no
conseguí nada. Dejé de resistirme, no servía para nada. Estaba cansada y me
dolía el brazo.
-Me has hecho daño. –Le dije.
-Las niñas que no hacen caso reciben su
castigo.
-Tenía mis motivos. Yo salvé a ese
caballo de la muerte y le he cogido mucho cariño. Es mi amigo, el único amigo
en quien puedo confiar.
-Eso sólo son chorradas.
-Nadie me comprende. –Bajé la cabeza.
-Conozco a alguien que quizá sí te
comprenda…Tengo una hija de más o menos tu edad…-Me parecía raro que un hombre
tan mayor tuviera una hija tan pequeña, pero al fin y al cabo, puede que no
fuese tan mayor.
-¿La gustan los caballos?
-Los ama. No sé de dónde le ha venido
esa afición, es algo muy extraño, yo no comprendo nada, pero, al fin y al cabo,
tiene libertad para hacer lo que ella quiera, no puedo elegir su destino, sólo
puedo intentar guiarla hacia el camino más adecuado.
-Comprendo. –Oí un relincho lejano y
unos cascos y los reconocí al instante: era Rayo que estaba buscándome y por
fin me había encontrado. Le dije al cazador:
-¡¡¡Para!!! ¡¡¡Es mi caballo!!! –Me di
la vuelta para ver si podía verle o si estaba muy lejos todavía. Se le veía a
unos 10 metros del coche. Estaba galopando con todas sus fuerzas para
alcanzarnos. El conductor no bajaba la velocidad a pesar de mis advertencias.
Como no me hacía caso, le arañé y le mordí. Apenas lo notó. Le pegué una patada
en la espinilla y el coche dio un volantazo. Caí otra vez en mi asiento. Me
incorporé y traté de darle más patadas, arañazos y mordiscos con todas las
fuerzas de una niña de 7 años. Nada dio resultado. Decidí pisar el freno a
pesar de que el acelerador estaba en marcha. El coche emitió un sonido raro y
bajó la velocidad, aunque no llegó a parar del todo. Entonces fue cuando el
conductor dijo:
-¿¿¿!!!Eres tonta!!!??? ¡Podrías haber
roto el coche y no tenemos dinero para comprar otro!
-Pues vais a tener que comprar otro
como no pares.
-Cuando pare te voy a dar unos
azotes…ya es hora de que aprendas.- El coche recuperó su velocidad pero Rayo
estaba muy cerca, galopando a la misma velocidad del coche, que no era mucha,
ya que teníamos que ir despacio para evitar los baches y la vegetación del
bosque. Seguimos así, hasta que los árboles se empezaron a despejar y comenzó a
verse a lo lejos unas casitas bajas. Rayo estaba sudoroso y cansado, pero no
conseguía parar el coche y tenía miedo de que el viejo me pegara. Decidí que le
vendría bien un poco de entrenamiento.
Cuando llegamos al pueblo, el coche bajó
la velocidad notablemente, para alivio de Rayo. Empezó a trotar mucho más
alegremente y descubrí que había algo más que “las casitas”. Era un pueblo
bastante grande para ser un pueblo, casi parecía una ciudad, aunque había pocos
coches. Llegamos a una casita de madera, bastante pequeña y que no tenía muy
buen aspecto. Entramos y descubrí a una niña, no muy bien vestida, y a una
mujer con un delantal sucio y viejo que estaba cocinando.
-Estas son mi mujer y mi hija. María es
mi hija, si quieres puedes irte a jugar con ella.
-Hola, María.-La dije alegremente.
-Hola,…ejem…
-Marta.-Me reí.
-¿Te gustan los caballos?
-Me encantan, pero la gente no me
acepta sólo porque me gusta montar a caballo. De hecho, tengo a mi caballo ahí
fuera. Me estará esperando seguro. Vamos a verle.-Salimos de la pequeña y sucia
casa pero no encontramos a Rayo por ninguna parte. Y justo, cuando me estaba
desesperando e iba a gritar sonó un potente relincho detrás de mí, que casi me
deja sorda. Me di la vuelta, asustada, pero cuando comprobé que era Rayo me reí
y no pude parar. Al parecer, a María también le pareció gracioso y se echó a
reír conmigo.
-¿Es tu caballo?
-Bueno…no legalmente, pero se podría
decir que sí.
-¿Cómo es eso?
-Pues es un potro y no está domado, le
querían matar porque se comportaba mal, pero yo le salvé y le traje aquí.
-Vaya, eres muy valiente.
-Cuando no tienes a nadie que te
quiera, eres capaz hacer locuras por salvar a un preciado animal que es el
único que te quiere y que confía en ti. ¿Tú montas a caballo?
-No…-agachó la cabeza en señal de
tristeza.-Me encantaría poder aprender, pero mis padres no tienen dinero para
pagarme las clases.
-Yo te puedo enseñar si quieres. Pero
antes tendría que domar a Rayo, él sólo confía en mí y si alguien más se sube y
él se da cuenta, te tirará. Además, necesito el equipamiento adecuado para
montarle. ¿Sabes si hay algún club hípico por aquí cerca?
-Guau. Hablas como si llevaras toda tu
vida montando a caballo. Y…Sí. Siempre me acerco al club para a los caballos,
aunque me echan, porque dicen que soy una niña entrovertida y que me ocupe de
mis asuntos. Pero para mí, mis únicos asuntos son los caballos.
-Te entiendo. Pues llévame
allí.-Aproximadamente, llegamos en un cuarto de hora a pie. Cuando llegué, me
llevé una sorpresa. El club hípico era enorme. Tenía un edificio de 5 plantas,
no sé para qué; tenían tres pistas, una circular para dar cuerda, otra de doma,
con la valla muy baja, y otra más grande, para salto y para aprender a
controlar al caballo. Además de eso, había otro edificio muy grande, donde
estaban las cuadras y donde guardaban todo el equipamiento. Le dije a mi amiga:
-Guaaaaaaau.-Me quedé con la boca
abierto y María se rio. Una adolescente estaba montando a un precioso caballo
en la especialidad de doma. Iban los dos muy elegantes. Otra pareja estaba
entrenando en la pista de salto. El caballo estaba sudoroso, pero era precioso.
Un señor de mediana edad, de unos 40 años más o menos, se acercó a nosotras al
ver al potro que nos seguía sin cabezada.
-¿Qué hacéis aquí con este magnífico
potro? ¿Acaso es vuestro o lo habéis robado?
-¡Claro que es mío! –Contesté indignada.
-¿Está domado?
-No, sólo deja que le monte yo, pero
nunca le hemos puesto ni silla ni bocado.
-Entonces vamos domarlo. Este ejemplar
llegará muy alto.-Mientras le poníamos la cabezada, le fui contando quiénes
eran los padres de Rayo, cuántos años tenía, su historial médico y toda la
información que necesitaba. Él hizo un informe.
Empezamos a dar cuerda a Rayo. Al
principio se comportó bien, luego se empezó a aburrir y a hacer lo que
quisiera: dar coces, ir por donde quisiera en vez de por donde yo le indicaba…Le
dije al hombre:
-Hacía esto mismo en el club donde le
intentaron domar. Al final descubrí que estaba triste porque no tenía amigos y
era el único potro.
-Si es eso lo que le preocupa, tenemos
aquí unos cuantos potros. Si quieres les podemos soltar y mañana le intentamos
dar cuerda otra vez.-Me sonrió.-Hicimos eso mismo. Rayo hizo muchos amigos, no
sólo con los potros, sino también, con los caballos más veteranos y con las
yeguas. Descubrí que detrás del gran edificio había 13 kilómetros cuadrados me
paddocks. Soltamos allí a todos los caballos que estaban en las cuadras. Rayo
se lo pasó muy bien. Le pregunté al señor:
-¿Para qué es ese gran edificio?
-Esto es un instituto/universidad, donde
por las tardes se preparan jinetes para el mundo de la competición. Aquí llegan
jinetes y salen campeones, igual pasa con los caballos. Por las mañanas, dan
clase normal, como si fuesen a un instituto y por la tarde, están en clases de
equitación donde aprenden para el mundo de la competición. Pero es sólo a
partir de 13 años, ya que tienen que dejar atrás a toda su familia, sólo les
pueden visitar los fines de semana a las 17:00.
-¡Me encantaría ingresar aquí!
-Eres demasiado pequeña, ¿cuántos años
tienes?
-7.
-¿Cuánto llevas montando?
-Sólo 3 meses, hace más de un año que
no voy a clases, pero he venido galopando a pelo desde un sitio muy lejano
encima de un potro que ni siquiera estaba domado, dejando atrás mi cruel
pasado, donde nadie respetaba el deporte de la equitación.
-No presumas, niña, aún te queda mucho
por aprender.
-Ya lo sé, y por eso quiero ingresar
aquí, por favor. –Supliqué.
-Si tantas ganas tienes…puede que te
deje. Pero tendrás que cumplir los 10 años al menos.
-¿Tres años? ¿Me está tomando el pelo?
-No es para tanto, pero mientras tanto,
podrás montar a tu caballo las veces que sea, en cuanto esté domado.
-Eso me consuela un poco.
-Pues ya está. Ahora vete a casa.
Dejaremos a Rayo aquí, y en cuanto anochezca le meteremos en una cuadra para
que pueda dormir tran-quilamente.
María y yo nos fuimos a casa, no sin
antes, despedirme de Rayo. Durante el camino a casa le pregunté delicadamente
por la situación económica de la familia. Me respondió:
-En este pueblo se vive bien, pero mi
madre no tiene trabajo, sólo mi padre trabaja. Pero le pagan poco y tiene que
ir a cazar a menudo para darnos comida y ropa. El bosque está lejos, pero al
menos tenemos un coche que alquilamos cada vez que va a cazar.
-Lo siento de verdad. Te prometo que yo
te enseñaré todo lo que pueda sobre la equitación.
-Gracias por ayudarme. –Llegamos a casa
y comimos el ciervo que había cazado el padre de María. Dormí en el suelo, con
una manta vieja, junto a María, que también dormía en el suelo. Pero no me
molestó en absoluto, porque estaba ilusionada con mi nueva vida. Mañana sería
otro día.
Jo, me encanta es precioso o.o ojala el siguiente capitulo valla rapido.
ResponderEliminar¿Tienes tuenti o wassap?
Gracias :) Tengo tuenti
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