Dejaros llevar por el contenido de este blog, introduciros en mi mundo, olvidaros de todo y empezad a soñar conmigo.

sábado, 1 de febrero de 2014

Capítulo 18

Las gotas de agua chocaban contra las ventanas de mi habitación, provocando el característico ruido de la lluvia. Los rayos de sol apenas se filtraban por los cristales, ya que las nubes les dificultaban el paso, por lo tanto, mi habitación estaba en penumbra, con la única luz de mi móvil, que seguía contemplando. No sabía si había anochecido ya o si todavía el sol se ocultaba detrás de las nubes. Estaba siendo un día triste y desolado. Me había pasado como unas dos horas con el móvil y sentía que me dolían los ojos de tanto fijar la vista en la pantalla. Así que me fui al baño y me lavé la cara para despejarme. Cuando me disponía a leer un libro que me había traído, escuché voces por el pasillo del hotel y unos segundos después, se abrió la puerta de mi habitación. Eran Stacy y María que habían llegado de su visita por Londres. Nada más ver mi cara triste se acercaron a mí y Stacy me  preguntó:
         -¿Qué te ha pasado? Con esta lluvia no sé si podrás competir mañana…Sólo espero que se pase pronto. ¿Es por eso por lo que estás triste?
         -No lo había pensado. Bueno, ahora el concurso ya no me importa tanto. Mis padres me han encontrado y Daniel ha llamado pesada a mi madre. Ni siquiera ha venido aquí para disculparse.
         -Está lloviendo, cielo, no puede venir sin dejar inundada la habitación. -Bromeó María.
         -O puede que sea demasiado orgulloso para disculparse.
         -¿No crees que te estás pasando? Que llame pesada a tu madre no significa que le tengas que odiar a muerte.
         -Me duele mucho que insulten a mis padres la primera vez que hablo con ellos desde hace muchos años.
         -Piensa en lado positivo. Él ni siquiera sabía que habías abandonado a tus padres. No le habías contado nada de tu pasado. Puede incluso que tú le hayas ofendido con algo que no sabías de su pasado y no te has dado cuenta.
         -Él me estaba contando su pasado, de hecho, cuando mi madre me llamó al teléfono. Noté cómo casi empieza a llorar cuando me lo contaba.
         -Quizás no se atrevía a venir por miedo de llorar ante ti.
         -¿Quieres saber quién ha llorado más? ¡Yo! He estado toda la tarde llorando, viendo las fotos de cuando estaba con mis padres, recordando esos momentos. Les echo mucho de menos. –Apenas pude retener las lágrimas.
         -Pero eso no es culpa de Daniel. Él no sabía nada. Ve a hablar con él. Será lo mejor.
         -No, ya es muy tarde, seguro que estará durmiendo.
         -¿Qué dices? Si aún son las 19:30. Te da tiempo, tranquila. Ve a hablar con él.
         -Vale.
         Cogí un impermeable y un paraguas y me fui al hotel de Daniel, que estaba a unos 10 minutos de allí, andando. Cuando llegué, pregunté en recepción en qué habitación estaba y llamé a la puerta de la habitación 316. Escuchaba unos sollozos tras la puerta. Volví a llamar y lo único que escuché fue:
         -No sé quién eres, pero déjame. No quiero hablar con nadie. La he fastidiado.
         -Soy yo. –Inmediatamente, ya no se escuchó ningún sollozo. Sólo noté que se estaba sonando los mocos y que se estaba lavando la cara para quitarse las lágrimas. Luego, abrió la puerta y salió del baño.
         -¿Qué haces aquí? –Intentó que no se le notase que había llorado, pero yo le había escuchado perfectamente.
         -Te he oído llorar. –Agachó la cabeza, le daba mucha vergüenza que una chica le hubiese visto llorar.
         -Lo siento. –Fue lo único capaz de decir.
         -No pasa nada, te perdono, en verdad, tú no tienes la culpa, no sabías nada de mi pasado, así que es hora de que te lo cuente.
         Nos pasamos hasta las 21:00 hablando sobre nuestro pasado y descubrimos que no era tan malo, habíamos sido valientes y habíamos luchado por nuestro futuro, eso nos hacía fuertes. Daniel se había mudado al bosque después de pensar en qué podría hacer y en lo que le había dicho la chica. Allí se hizo un refugio y aprendió a respetar a los animales. Aprendió a cazar, a cultivar, a vivir en un estado salvaje, pero a la vez en un estado que le hacía feliz porque estaba en contacto con la naturaleza. Amaba a los animales. Se hizo más ágil, más sigiloso y más hábil. Y el día en que me vio, supo que no podía perderme. Se fue para no levantar sospechas, pero me siguió. Parecía imposible que un niño pudiera seguir el ritmo de un caballo, pero él lo hizo. A veces, me perdía de vista, pero los animales le ayudaban a recuperar mi rastro y sobre todo el olfato de los animales carnívoros, que podían detectar la sangre de Rayo a kilómetros de distancia. Menos mal que Daniel les mantuvo a raya si no, no sabría que habría sido de nosotros aquel día. Le agradecía a Daniel mi vida.
         Había una cosa que no me encajaba del todo. Pero Daniel disipó mis dudas. Cuando tuve que instalarme en el bosque con Rayo, ¿por qué no le había visto? Él me dijo que había llegado después y que por eso no habíamos coincidido.
         Cuando llegué a mi destino, por fin, junto a Stacy, él ya se había enamorado no sólo de mí, sino también de los caballos. Amaba a Rayo y a todos los caballos. Se instaló en otro club, a una hora y media del mío, justo donde hice mi primer concurso, pero en esos momentos, yo estaba tan ilusionada con el concurso, que no me percaté de quién que participaban. Él no sabía mucho en esos momentos, por lo que quedó de los últimos en la clasificación, pero eso no fue algo que le desanimó. Se compró un potro, lo domó, y aquí estaba Stella, su caballo palomino, con unos 7 años en sus primeros Olimpiadas. Rayo era bastante más viejo en comparación, pero aún tenía ese alma de potro, esas ganas de correr, ese espíritu activo y sano. Y corría igual que hace unos años, no notaba que se estaba haciendo viejo, quizás porque le cuidaba y le entrenaba y estaba sano, así que tardaría en envejecer. Pero lo que sí sabía era que estas iban a ser sus primeras y sus últimas Olimpiadas. Rayo ya no estaba para viajes tan largos. Así que había que aprovechar y disfrutar al máximo estas Olimpiadas y a ver si podía obtener buenos resultados.
         -Parece que vamos a tener que hacer el concurso en la pista cubierta. –comentó Daniel cuando nos íbamos a despedir.
         -Sí, bueno, mientras no se suspenda el concurso, no me importa si se hace fuera o no. La verdad es que en Londres llueve casi siempre, hemos tenidos suerte estos días de ver el sol.
         -Suerte para mañana. ¡Sólo quedan 4 concursos!
         -Igualmente. Hasta mañana.- nos dimos un beso y me fui con una sonrisa en los labios. Cuando llegué, Stacy y María estaban cenando en el comedor, así que me apresuré porque iban a cerrarlo ya. María hizo un piropo y preguntó:
         -¿Qué habéis hecho?
       -Muy graciosa. Pues nada, nos hemos conocido mucho más, nos hemos contado nuestro pasado y me he dado cuenta de que las cosas compartidas pesan menos.
         -Me alegro de que lo hayáis pasado bien.
         -Bueno, a ver mañana cómo se te da. –dijo Stacy.
         -Espero que bien. Gracias por todo, chicas. Por acompañarme hasta Londres, por ayudarme y por enseñarme, por ser mis amigas y no sólo eso, sino que más que amigas, hermanas.
         -Oh, de nada. –se quedaron petrificadas, no sabían qué hacer. Nos levantamos y nos fuimos a la habitación. Allí nos dimos un fuerte abrazo y yo dije:
          -Sin vosotras no hubiera llegado tan alto. 

3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el comienzo, con eso del sol y la lluvia. Has mejorado bastante, en serio.
    Hay una cosa que te quiero decir: si es echar de menos a alguien es sin h, lo digo porque lo has puesto.
    Te aconsejo que no repitas mucho las palabras.
    ¡Sigue mejorando! ^^
    Un fuerte abrazo.

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  2. Digo lo mismo que Ana^^ Has puesto "Les hecho mucho de menos. –Apenas pude retener las lágrimas." Ese hecho es sin h jajaja Y también estoy de acuerdo con Ana en eso del principio y en que vas mejorando. Se nota mucho^^

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