Las
gotas de agua chocaban contra las ventanas de mi habitación, provocando el
característico ruido de la lluvia. Los rayos de sol apenas se filtraban por los
cristales, ya que las nubes les dificultaban el paso, por lo tanto, mi
habitación estaba en penumbra, con la única luz de mi móvil, que seguía
contemplando. No sabía si había anochecido ya o si todavía el sol se ocultaba
detrás de las nubes. Estaba siendo un día triste y desolado. Me había pasado
como unas dos horas con el móvil y sentía que me dolían los ojos de tanto fijar
la vista en la pantalla. Así que me fui al baño y me lavé la cara para
despejarme. Cuando me disponía a leer un libro que me había traído, escuché
voces por el pasillo del hotel y unos segundos después, se abrió la puerta de
mi habitación. Eran Stacy y María que habían llegado de su visita por Londres.
Nada más ver mi cara triste se acercaron a mí y Stacy me preguntó:
-¿Qué te ha pasado? Con esta lluvia no
sé si podrás competir mañana…Sólo espero que se pase pronto. ¿Es por eso por lo
que estás triste?
-No lo había pensado. Bueno, ahora el concurso
ya no me importa tanto. Mis padres me han encontrado y Daniel ha llamado pesada
a mi madre. Ni siquiera ha venido aquí para disculparse.
-Está lloviendo, cielo, no puede venir
sin dejar inundada la habitación. -Bromeó María.
-O puede que sea demasiado orgulloso
para disculparse.
-¿No crees que te estás pasando? Que
llame pesada a tu madre no significa que le tengas que odiar a muerte.
-Me duele mucho que insulten a mis
padres la primera vez que hablo con ellos desde hace muchos años.
-Piensa en lado positivo. Él ni
siquiera sabía que habías abandonado a tus padres. No le habías contado nada de
tu pasado. Puede incluso que tú le hayas ofendido con algo que no sabías de su
pasado y no te has dado cuenta.
-Él me estaba contando su pasado, de
hecho, cuando mi madre me llamó al teléfono. Noté cómo casi empieza a llorar
cuando me lo contaba.
-Quizás no se atrevía a venir por miedo
de llorar ante ti.
-¿Quieres saber quién ha llorado más?
¡Yo! He estado toda la tarde llorando, viendo las fotos de cuando estaba con
mis padres, recordando esos momentos. Les echo mucho de menos. –Apenas pude
retener las lágrimas.
-Pero eso no es culpa de Daniel. Él no
sabía nada. Ve a hablar con él. Será lo mejor.
-No, ya es muy tarde, seguro que estará
durmiendo.
-¿Qué dices? Si aún son las 19:30. Te
da tiempo, tranquila. Ve a hablar con él.
-Vale.
Cogí un impermeable y un paraguas y me
fui al hotel de Daniel, que estaba a unos 10 minutos de allí, andando. Cuando
llegué, pregunté en recepción en qué habitación estaba y llamé a la puerta de
la habitación 316. Escuchaba unos sollozos tras la puerta. Volví a llamar y lo
único que escuché fue:
-No sé quién eres, pero déjame. No
quiero hablar con nadie. La he fastidiado.
-Soy yo. –Inmediatamente, ya no se escuchó
ningún sollozo. Sólo noté que se estaba sonando los mocos y que se estaba
lavando la cara para quitarse las lágrimas. Luego, abrió la puerta y salió del
baño.
-¿Qué haces aquí? –Intentó que no se le
notase que había llorado, pero yo le había escuchado perfectamente.
-Te he oído llorar. –Agachó la cabeza,
le daba mucha vergüenza que una chica le hubiese visto llorar.
-Lo siento. –Fue lo único capaz de
decir.
-No pasa nada, te perdono, en verdad,
tú no tienes la culpa, no sabías nada de mi pasado, así que es hora de que te
lo cuente.
Nos pasamos hasta las 21:00 hablando
sobre nuestro pasado y descubrimos que no era tan malo, habíamos sido valientes
y habíamos luchado por nuestro futuro, eso nos hacía fuertes. Daniel se había
mudado al bosque después de pensar en qué podría hacer y en lo que le había
dicho la chica. Allí se hizo un refugio y aprendió a respetar a los animales.
Aprendió a cazar, a cultivar, a vivir en un estado salvaje, pero a la vez en un
estado que le hacía feliz porque estaba en contacto con la naturaleza. Amaba a
los animales. Se hizo más ágil, más sigiloso y más hábil. Y el día en que me
vio, supo que no podía perderme. Se fue para no levantar sospechas, pero me
siguió. Parecía imposible que un niño pudiera seguir el ritmo de un caballo,
pero él lo hizo. A veces, me perdía de vista, pero los animales le ayudaban a
recuperar mi rastro y sobre todo el olfato de los animales carnívoros, que
podían detectar la sangre de Rayo a kilómetros de distancia. Menos mal que
Daniel les mantuvo a raya si no, no sabría que habría sido de nosotros aquel
día. Le agradecía a Daniel mi vida.
Había una cosa que no me encajaba del
todo. Pero Daniel disipó mis dudas. Cuando tuve que instalarme en el bosque con
Rayo, ¿por qué no le había visto? Él me dijo que había llegado después y que
por eso no habíamos coincidido.
Cuando llegué a mi destino, por fin,
junto a Stacy, él ya se había enamorado no sólo de mí, sino también de los
caballos. Amaba a Rayo y a todos los caballos. Se instaló en otro club, a una
hora y media del mío, justo donde hice mi primer concurso, pero en esos
momentos, yo estaba tan ilusionada con el concurso, que no me percaté de quién que participaban. Él no sabía mucho en esos momentos, por lo que
quedó de los últimos en la clasificación, pero eso no fue algo que le desanimó.
Se compró un potro, lo domó, y aquí estaba Stella, su caballo palomino, con
unos 7 años en sus primeros Olimpiadas. Rayo era bastante más viejo en
comparación, pero aún tenía ese alma de potro, esas ganas de correr, ese
espíritu activo y sano. Y corría igual que hace unos años, no notaba que se
estaba haciendo viejo, quizás porque le cuidaba y le entrenaba y estaba sano,
así que tardaría en envejecer. Pero lo que sí sabía era que estas iban a ser
sus primeras y sus últimas Olimpiadas. Rayo ya no estaba para viajes tan
largos. Así que había que aprovechar y disfrutar al máximo estas Olimpiadas y a
ver si podía obtener buenos resultados.
-Parece que vamos a tener que hacer el
concurso en la pista cubierta. –comentó Daniel cuando nos íbamos a despedir.
-Sí, bueno, mientras no se suspenda el
concurso, no me importa si se hace fuera o no. La verdad es que en Londres
llueve casi siempre, hemos tenidos suerte estos días de ver el sol.
-Suerte para mañana. ¡Sólo quedan 4
concursos!
-Igualmente. Hasta mañana.- nos dimos
un beso y me fui con una sonrisa en los labios. Cuando llegué, Stacy y María
estaban cenando en el comedor, así que me apresuré porque iban a cerrarlo ya.
María hizo un piropo y preguntó:
-¿Qué habéis hecho?
-Muy graciosa. Pues nada, nos hemos
conocido mucho más, nos hemos contado nuestro pasado y me he dado cuenta de que
las cosas compartidas pesan menos.
-Me alegro de que lo hayáis pasado
bien.
-Bueno, a ver mañana cómo se te da. –dijo
Stacy.
-Espero que bien. Gracias por todo,
chicas. Por acompañarme hasta Londres, por ayudarme y por enseñarme, por ser
mis amigas y no sólo eso, sino que más que amigas, hermanas.
-Oh, de nada. –se quedaron petrificadas,
no sabían qué hacer. Nos levantamos y nos fuimos a la habitación. Allí nos
dimos un fuerte abrazo y yo dije:
-Sin vosotras no hubiera llegado tan
alto.
Me ha gustado mucho el comienzo, con eso del sol y la lluvia. Has mejorado bastante, en serio.
ResponderEliminarHay una cosa que te quiero decir: si es echar de menos a alguien es sin h, lo digo porque lo has puesto.
Te aconsejo que no repitas mucho las palabras.
¡Sigue mejorando! ^^
Un fuerte abrazo.
Digo lo mismo que Ana^^ Has puesto "Les hecho mucho de menos. –Apenas pude retener las lágrimas." Ese hecho es sin h jajaja Y también estoy de acuerdo con Ana en eso del principio y en que vas mejorando. Se nota mucho^^
ResponderEliminarUps, ahora lo corrijo. Gracias ^^
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