Dejaros llevar por el contenido de este blog, introduciros en mi mundo, olvidaros de todo y empezad a soñar conmigo.

domingo, 12 de enero de 2014

Capítulo 16

La pista de entrenamiento estaba desierta. Nadie más que yo estaba ensayando. Hoy era el último día de prácticas antes del primer concurso. Todo el mundo estaba dejando descansar a sus caballos pero yo había decidido seguir practicando para tenerlo más seguro, además de que Rayo se aburriría si le dejaba en la cuadra todo el día. Él mismo quería seguir practicando. Sin su permiso, no le hubiera sacado a entrenar. Por la mañana no le había sacado, le había dejado que descansase un poco.
         Eran las 5 y media. No había nadie en la pista ni nadie en las gradas. No había ningún ruido más que los cascos de Rayo al pisar el suelo y trotar elegantemente. Sin embargo, me sentía observada. No había levantado la cabeza para mirar las gradas porque estaba muy concentrada. Así que seguía ensayando con esa extraña sensación de que alguien me observaba. Pasé varios minutos así, pero mi curiosidad hizo que echase un vistazo a los asientos. Todo solitario. Pero justo en una esquinita en la parte de arriba, en la parte más alta, había un chico rubio con los ojos azules. El chico misterioso. Al verle, se fue corriendo. Yo reaccioné rápidamente: desmonté, dejé a Rayo en la pista y fui corriendo tras él. Como tenía que bajar de las gradas para salir afuera, yo había tardado menos y le estaba esperando en la puerta, cortándole el paso.
         -¿Qué hacías viéndome?
         -No estaba viéndote. –dijo agachando la cabeza.
         -¿Entonces qué estabas haciendo? ¿Ver al jinete invisible entrenar? –pregunté con ironía.
         -Ya me iba.
         -¿No tendrías que estar con tu caballo?
         -Está bien. Está claro que estaba viéndote. No lo puedo evitar. Tú y Rayo hacéis una muy buena pareja y tenéis posibilidades de ganar.
         -Gracias. Pero yo creo que es algo más que eso… -sus mejillas se estaban tiñendo de un tono rojizo.
         -¿Qué más puede ser?
         -No sé, dímelo tú. –Cada vez estaba más colorado.
         -¡Me estás agobiando!
         -¿Yo? ¿Yo te estoy agobiando? ¡Eres tú el que estabas observándome!
         -Me voy, adiós, tengo que cuidar de mi caballo. –Le corté el paso antes de que se fuera, no iba a permitir que se escaquease otra vez.
         -Si lo tuvieras que cuidar, lo habrías hecho antes. Ahora en serio, dime la verdad: ¿qué hacías viéndome?
         -¡Ya te lo he dicho! Os admiro. Admiro los pasos de Rayo, tan elegantes, tan…indescriptibles. Y sobre todo te admiro a ti. La forma en que montas demuestra que tienes una gran experiencia con los caballos. ¿Qué más quieres que te diga? –Se había puesto tan rojo como un tomate y se le notaba mucho. Él mismo se había dado cuanta porque agachó la cabeza para intentar disimularlo.
         Le miré a los ojos. Noté que se estaba aguantando las lágrimas. Estaba al límite. Levantó la cabeza para mirarme él también. Nos quedamos mirándonos a los ojos. Le abracé.
         -¿De verdad crees que monto bien? –le susurré en la oreja. Seguíamos abrazados. Al principio él no estaba muy convencido y trató de desasirse, pero al final me abrazó él también. El tono rojizo de sus carrillos se volvió a su estado normal, poco a poco.
         -Te he visto, eres una magnífica amazona.
         -Tú también.-Corté el abrazo y le miré a los ojos. –Bueno, tengo que seguir ensayando.
         -Yo creo que ya has ensayado mucho.
         -¿Qué insinúas?
         -Quiero que vayamos a tomar algo.
         -No sé si ir. No quiero tomar bebidas fuertes antes del concurso.
         -Podrás pedir lo que quieras.
         -Está bien, me has convencido. La verdad, Rayo se merece un descanso y yo también. Además, debemos estar preparados para mañana. ¿Me acompañas a dejar a Rayo en su cuadra?
         -Por supuesto. –sonrió.
         Rayo, al estar sólo en una pista tan grande, se sentía en semilibertad. Estaba galopando y dando coces a lo loco, como si fuese un potro. Me reí. Después del duro trabajo, Rayo se merecía un poco de diversión. Le dejé unos minutos más disfrutando y me metí en la pista. Al verme, se acercó a mí y le llevé hasta la puerta, donde salimos.
         -Cambio de planes. Tengo una idea. –dije. –Rayo aún tiene ganas de correr.
         -¿Qué quieres que hagamos?
         -Ya lo verás. –sonreí enigmáticamente.
         Llevamos a Rayo a los establos y le quité la silla, pero el bocado no.
         -¿Por qué no le quitas el bocado? –preguntó.
         -¿Sabes montar a pelo?
         -Nunca lo he hecho.
         -Siempre hay una vez para todo. Simplemente, déjate llevar.
         -Está bien.
         Rayo se tumbó porque era lo que siempre hacía cuando montaba a pelo, para ayudarme a subir. Así, sin dificultad alguna, nos subimos sobre Rayo, yo detrás de él y salimos al paso.
         -Conozco un campo cerca de aquí. –dije.
         -Vayamos entonces. Esto de montar a pelo mola.
         -Ya te lo dije.
         Cuando llegamos al campo le dije que si estaba preparado para galopar. Me contestó que sí, aunque tenía una tono inseguro en la voz. Pero de todas formas, salí al galope con Rayo; noté que me estaba agarrando mucho de la cadera así que paré.
         -Me estás haciendo daño.
         -Ah, perdón, lo siento, es que me da un poco de miedo.
         -No pasa nada. Pero mira, lo mejor que puedes hacer es estirar los brazos y dejarte llevar. Sentir el viento en tu rostro, sentir la velocidad, el latido de tu corazón, la armonía del mundo.
         -Vaya. Qué profundo. Lo intentaré.
         -Mira, yo voy a soltar las riendas y a extender los brazos para intentar tocar el cielo con las yemas de mis dedos. Voy a dejar que Rayo vaya por donde quiera, como en los viejos tiempos. Voy a dejar que los dos disfrutemos y voy a hacer que tú también disfrutes de esta experiencia. –Sonrió y dijo:
         -¡¡¡Adelante!!!
         Rayo echó a galopar. Sentí sus manos agarradas a mis caderas, pero poco a poco, la presión fue aflojando hasta que ya no sentí nada más. Solté las riendas y alcé las manos. Sentí esa sensación de libertad que siempre aparecía cuando montaba a pelo. Unas manos cogieron las mías y nos quedamos agarrados con las manos alzadas. Escuché un grito que se perdía con la velocidad del viento. Un grito de indio, un grito salvaje y de libertad.          
         -¿Cómo te llamas? –grité para que se me oyese. Con el ruido del viento chocar contra nuestros cuerpos, no se nos oía casi nada.
         -Daniel. –Por fin. Por fin sabía su nombre. -¡¡Esto es flipante!! Por cierto, ¿cómo te llamas tú?
         -Marta. -Seguimos galopando hasta que Rayo empezó a bajar la velocidad: se estaba cansando.
         -¿Qué? ¿Te ha gustado? –le pregunté.
         -¿Que si me ha gustado? Este ha sido el mejor día de mi vida. No sólo he galopado a pelo y me he sentido libre sino también me he enamorado. –Ya no se puso colorado. Ahora no le daba vergüenza expresar sus sentimientos.

         -Yo también me he enamorado de un chico muy especial. –Nos bajamos de Rayo y nos acercamos poco a poco. Nuestros labios se juntaron y nos enzarzamos en un largo beso, lleno de amor, cariño, ternura y felicidad. 

3 comentarios:

  1. Qué bonito. Quiero el siguiente, porque vendrá el primer concurso y amor.
    Un beso (:
    PD: "enserio" no va junto (;

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  2. Gracias. ¿He puesto "enserio" junto?!!!!!!!!!!!!! dios mío, que idiota, me voy a dar con un martillo en la cabeza, ahora lo cambio, ahora mismo!!! ajajaja xD

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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