La
pista de entrenamiento estaba desierta. Nadie más que yo estaba ensayando. Hoy
era el último día de prácticas antes del primer concurso. Todo el mundo estaba
dejando descansar a sus caballos pero yo había decidido seguir practicando para
tenerlo más seguro, además de que Rayo se aburriría si le dejaba en la cuadra
todo el día. Él mismo quería seguir practicando. Sin su permiso, no le hubiera
sacado a entrenar. Por la mañana no le había sacado, le había dejado que
descansase un poco.
Eran las 5 y media. No había nadie en
la pista ni nadie en las gradas. No había ningún ruido más que los cascos de
Rayo al pisar el suelo y trotar elegantemente. Sin embargo, me sentía
observada. No había levantado la cabeza para mirar las gradas porque estaba muy
concentrada. Así que seguía ensayando con esa extraña sensación de que alguien
me observaba. Pasé varios minutos así, pero mi curiosidad hizo que echase un
vistazo a los asientos. Todo solitario. Pero justo en una esquinita en la parte
de arriba, en la parte más alta, había un chico rubio con los ojos azules. El
chico misterioso. Al verle, se fue corriendo. Yo reaccioné rápidamente:
desmonté, dejé a Rayo en la pista y fui corriendo tras él. Como tenía que bajar
de las gradas para salir afuera, yo había tardado menos y le estaba esperando en
la puerta, cortándole el paso.
-¿Qué hacías viéndome?
-No estaba viéndote. –dijo agachando la
cabeza.
-¿Entonces qué estabas haciendo? ¿Ver
al jinete invisible entrenar? –pregunté con ironía.
-Ya me iba.
-¿No tendrías que estar con tu caballo?
-Está bien. Está claro que estaba viéndote.
No lo puedo evitar. Tú y Rayo hacéis una muy buena pareja y tenéis
posibilidades de ganar.
-Gracias. Pero yo creo que es algo más
que eso… -sus mejillas se estaban tiñendo de un tono rojizo.
-¿Qué más puede ser?
-No sé, dímelo tú. –Cada vez estaba más
colorado.
-¡Me estás agobiando!
-¿Yo? ¿Yo te estoy agobiando? ¡Eres tú
el que estabas observándome!
-Me voy, adiós, tengo que cuidar de mi
caballo. –Le corté el paso antes de que se fuera, no iba a permitir que se
escaquease otra vez.
-Si lo tuvieras que cuidar, lo habrías
hecho antes. Ahora en serio, dime la verdad: ¿qué hacías viéndome?
-¡Ya te lo he dicho! Os admiro. Admiro
los pasos de Rayo, tan elegantes, tan…indescriptibles. Y sobre todo te admiro a
ti. La forma en que montas demuestra que tienes una gran experiencia con los
caballos. ¿Qué más quieres que te diga? –Se había puesto tan rojo como un
tomate y se le notaba mucho. Él mismo se había dado cuanta porque agachó la
cabeza para intentar disimularlo.
Le miré a los ojos. Noté que se estaba
aguantando las lágrimas. Estaba al límite. Levantó la cabeza para mirarme él
también. Nos quedamos mirándonos a los ojos. Le abracé.
-¿De verdad crees que monto bien? –le
susurré en la oreja. Seguíamos abrazados. Al principio él no estaba muy convencido
y trató de desasirse, pero al final me abrazó él también. El tono rojizo de sus
carrillos se volvió a su estado normal, poco a poco.
-Te he visto, eres una magnífica
amazona.
-Tú también.-Corté el abrazo y le miré
a los ojos. –Bueno, tengo que seguir ensayando.
-Yo creo que ya has ensayado mucho.
-¿Qué insinúas?
-Quiero que vayamos a tomar algo.
-No sé si ir. No quiero tomar bebidas
fuertes antes del concurso.
-Podrás pedir lo que quieras.
-Está bien, me has convencido. La
verdad, Rayo se merece un descanso y yo también. Además, debemos estar
preparados para mañana. ¿Me acompañas a dejar a Rayo en su cuadra?
-Por supuesto. –sonrió.
Rayo, al estar sólo en una pista tan
grande, se sentía en semilibertad. Estaba galopando y dando coces a lo loco,
como si fuese un potro. Me reí. Después del duro trabajo, Rayo se merecía un
poco de diversión. Le dejé unos minutos más disfrutando y me metí en la pista.
Al verme, se acercó a mí y le llevé hasta la puerta, donde salimos.
-Cambio de planes. Tengo una idea.
–dije. –Rayo aún tiene ganas de correr.
-¿Qué quieres que hagamos?
-Ya lo verás. –sonreí enigmáticamente.
Llevamos a Rayo a los establos y le
quité la silla, pero el bocado no.
-¿Por qué no le quitas el bocado?
–preguntó.
-¿Sabes montar a pelo?
-Nunca lo he hecho.
-Siempre hay una vez para todo.
Simplemente, déjate llevar.
-Está bien.
Rayo se tumbó porque era lo que siempre
hacía cuando montaba a pelo, para ayudarme a subir. Así, sin dificultad alguna,
nos subimos sobre Rayo, yo detrás de él y salimos al paso.
-Conozco un campo cerca de aquí. –dije.
-Vayamos entonces. Esto de montar a
pelo mola.
-Ya te lo dije.
Cuando llegamos al campo le dije que si
estaba preparado para galopar. Me contestó que sí, aunque tenía una tono inseguro
en la voz. Pero de todas formas, salí al galope con Rayo; noté que me estaba
agarrando mucho de la cadera así que paré.
-Me estás haciendo daño.
-Ah, perdón, lo siento, es que me da un
poco de miedo.
-No pasa nada. Pero mira, lo mejor que
puedes hacer es estirar los brazos y dejarte llevar. Sentir el viento en tu
rostro, sentir la velocidad, el latido de tu corazón, la armonía del mundo.
-Vaya. Qué profundo. Lo intentaré.
-Mira, yo voy a soltar las riendas y a
extender los brazos para intentar tocar el cielo con las yemas de mis dedos.
Voy a dejar que Rayo vaya por donde quiera, como en los viejos tiempos. Voy a
dejar que los dos disfrutemos y voy a hacer que tú también disfrutes de esta
experiencia. –Sonrió y dijo:
-¡¡¡Adelante!!!
Rayo echó a galopar. Sentí sus manos
agarradas a mis caderas, pero poco a poco, la presión fue aflojando hasta que
ya no sentí nada más. Solté las riendas y alcé las manos. Sentí esa sensación de
libertad que siempre aparecía cuando montaba a pelo. Unas manos cogieron las
mías y nos quedamos agarrados con las manos alzadas. Escuché un grito que se
perdía con la velocidad del viento. Un grito de indio, un grito salvaje y de
libertad.
-¿Cómo te llamas?
–grité para que se me oyese. Con el ruido del viento chocar contra nuestros
cuerpos, no se nos oía casi nada.
-Daniel. –Por fin. Por fin sabía su
nombre. -¡¡Esto es flipante!! Por cierto, ¿cómo te llamas tú?
-Marta. -Seguimos galopando hasta que Rayo
empezó a bajar la velocidad: se estaba cansando.
-¿Qué? ¿Te ha gustado? –le pregunté.
-¿Que si me ha gustado? Este ha sido el
mejor día de mi vida. No sólo he galopado a pelo y me he sentido libre sino
también me he enamorado. –Ya no se puso colorado. Ahora no le daba vergüenza
expresar sus sentimientos.
-Yo también me he enamorado de un chico
muy especial. –Nos bajamos de Rayo y nos acercamos poco a poco. Nuestros labios
se juntaron y nos enzarzamos en un largo beso, lleno de amor, cariño, ternura y
felicidad.
Qué bonito. Quiero el siguiente, porque vendrá el primer concurso y amor.
ResponderEliminarUn beso (:
PD: "enserio" no va junto (;
Gracias. ¿He puesto "enserio" junto?!!!!!!!!!!!!! dios mío, que idiota, me voy a dar con un martillo en la cabeza, ahora lo cambio, ahora mismo!!! ajajaja xD
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