Nuestras
miradas se cruzaron, miradas burlonas. Su mirada decía: “Prepárate para la
revancha”, y la mía decía: “más quisieras”. Habíamos hecho 5 concursos ya. En
ellos yo había quedado en los primeros puestos. Por la mañana eran los
concursos y por la tarde tenía que firmar autógrafos. Toda esa gente haciendo
cola, empujándose y gritando sólo para tener una simple firma en un simple
papel me agobiaba. Al final me cansaba y me iba a cuidar a Rayo. Él siempre era
fiel, me esperaba en la cuadra, tranquilo, sin dar patadas ni poner nerviosos a
los otros caballos.
Iba 3º en la clasificación general y
Daniel iba 5º. Estábamos cerca, pero él siempre fingía que le molestaba ir por
debajo de mí. Algunos días en los que no había concursos nos íbamos a montar a
pelo con nuestros caballos al campo que había y hacíamos carreras. A veces, él
ganaba y otras veces ganaba yo, pero eso a mí me daba igual. Lo único que me
importaba era que estaba con el chico de mis sueños, junto a mi caballo, mi
mejor amigo. Y estaba siendo la mejor etapa de mi vida.
Era el turno de Daniel. Contemplé los
pasos de su caballo, su brillante actuación sin fallos, su mirada decidida.
Cuando terminó, le felicité y le dije:
-Esta vez me ganas seguro.
-Qué va, tú lo has hecho mejor aún.
-Eso está por ver… Los jueces son los
que juzgan, no nosotros.
-Yo creo que vas a quedar primera en
estas Olimpiadas y vas a hacer un nuevo récord de puntuación.
-¿¡Qué dices!? Más quisiera yo, pero
aún me queda mucho por aprender y por mejorar.
-Vas muy bien, seguro que ganas la
medalla de bronce, al menos.
-Si no hay ningún percance, puede que
sí que pueda ganar una medalla.
-Sé optimista. –Me besó y se fue a
dejar a su caballo. Quedaba una mujer con un caballo blanco con un cuello que
me enamoró. Pero por mucho que me enamorase yo siempre pensaré que Rayo es el
mejor de todos, porque es el único que me comprende, que sabe lo que le quiero
decir y aunque no sea el mejor caballo del mundo, es el mejor caballo para mí.
Ese día quedé 2º, pero en la
clasificación general aún seguía tercera, pegada a los talones del 2º. Pero yo
sabía que Rayo estaba dando lo mejor de sí y no podía forzarle más, él sólo
hacía lo que podía y yo estaba muy contenta con su rendimiento. Daniel subió un
puesto: pasó de ser 5º al 4º. Estábamos muy contentos los dos y lo celebramos
dando uno de nuestros paseos a pelo.
-Felicidades, cielo. –me dijo.
-Nuestra carrera ecuestre está dando un
gran paso.
-Sí…-se quedó pensativo.
-¿Qué pasa?
-Bueno…creo que ya es hora de que te
cuente cómo empezó mi carrera ecuestre dado que somos novios y puede que
tengamos futuro juntos.
-Siempre me ha intrigado tu pasado…
-Bueno, antes de que diga nada, quiero
que sepas que me duele mucho hablar de este tema.
-Está bien.
-Bueno, para empezar, podríamos decir
que me quedé huérfano a los 8 años. Me quedé sin familia alguna. Ni abuelos, ni
tíos, ya que mis padres no tenían hermanos. Sólo tenía un amigo que conocí en
la escuela. Tenía mucha confianza con él, le contaba todos mis problemas, era
el único amigo que tenía, ya que el resto se burlaba de mí porque era muy
delgado.
-Eso también me pasó a mí. La gente se
burlaba de mí por mi amor a los caballos. Es algo que nunca he entendido. ¿Es
que ellos no tienen defectos? Todo el mundo tiene y ellos también y no tienen
por qué burlarse de la gente “inferior”.
-La gente es insoportable hoy en día.
Bueno, sigo. Cuando mi padre murió (mi madre había muerto en el parto, para mi
desgracia), me quedé con mi amigo algunos meses. Lo pasábamos muy bien juntos
hasta que se tuvieron que mudar por temas de trabajo. Esos meses los pasé muy
mal. Me quedaba en la calle tirado, pidiendo limosna, intentando subsistir un
día más. Pero eso no servía de nada. Cada vez estaba más delgado, dejé de ir a
la escuela porque apenas podía moverme. Pero un día, una chica (no me acuerdo
de su aspecto pero recuerdo que era bastante guapa), se me acercó y me dio un
billete de 50 euros. Yo, sorprendido, le di las gracias mil y una veces, pero
ella se fue después de susurrarme: “Huye de aquí, vete a un lugar donde puedas
vivir en paz, donde la gente te acepte, donde puedas disfrutar”. Y entonces
pensé “¿qué gente me acepta? Absolutamente nadie me acepta. No tengo amigos, no
tengo nada. Lo menos que puedo hacer es morirme y descansar en paz”. Pero mi
instinto de supervivencia luchaba un día tras otro y
decidí que tendría que hacer algo.
En ese momento sonó mi teléfono. Lo
saqué de mi bolsillo y vi que era un número desconocido, pero a la vez me
resultaba familiar, no sé de qué.
-¿Lo cojo? –le pregunté a Daniel.
-Prueba.
-Vale.
Descolgué y sonó una voz jadeante al
otro lado:
-¡Hola, cariño! ¡Cuánto tiempo! ¡Te
echábamos de menos! Ains, mi niña.
-¿Qué? ¿Quién anda ahí? ¿Quién eres?
-¿No recuerdas? Eres mi niña. Soy tu madre.
-¿Mamá? ¿Eres…tú? ¿De verdad? ¡No me lo
puedo creer!
-Cielo, tu padre y yo estamos en
Londres, es una larga historia. Quedamos mañana a las 17:00 en el parque al
lado de tu hotel y ya hablamos, ¿vale?
-¿Cómo sabéis dónde está mi hotel?
-Ya te lo explicaremos, mi vida…Bueno,
que tengo trabajo, me voy, adiós.
-Hasta luego.
-Madres…siempre preocupadas por
nosotros…son unas pesadas…-dijo Daniel.
-¿¡Cómo te atreves!? ¡¡Llevo sin ver a
mi madre desde hace muchos años y ahora dices que es una pesada!! ¡Vete a la
mierda! –me di la vuelta con Rayo y me dirigí a los establos para dejarle en su
cuadra. Daniel trotó tras de mí, para intentar alcanzarme, pero yo salí de allí
a galope tendido y no dejé que el caballo palomino de Daniel me adelantara.
Estaba de muy mal humor, mi vida había dado un giro brusco: mis padres me
habían encontrado, eso significaba que aún les importaba después de tantos años
y que no querían perder a su niñita. Estaba muy enfadada con Daniel y a la vez
sentía curiosidad por cómo les había ido a mis padres después de tantos años.
Cuando dejé a Rayo en la cuadra me fui a mi habitación del hotel. Ni Stacy ni
María estaban, porque estarían visitando Londres. Me tumbé en la cama,
observando mi teléfono. Había algunas fotos muy, muy, muy antiguas, de cuando
estuve con mis padres. No había cambiado de móvil hasta entonces, ya que lo
usaba poco y lo cuidaba bastante. Y de pronto, me vino un nudo en la garganta y
me eché a llorar. Me vino la nostalgia y la morriña de repente, me sentía
culpable de haber abandonado a mis padres, de haberlos dejados solos, sin nadie
a quien cuidar, envejeciendo poco a poco, sin ver a su hijita crecer. Y así me
quedé, mirando las fotos y recordando esos maravillosos momentos junto a mis
padres.