La
semana se me hizo eterna. Me entretenía con mi compañera de habitación y con mi
madre, con la que todas las noches leía. Poco a poco, mejoré y descubrí que la
lectura es fascinante y que cuando te enganchas a un buen libro no puedes parar
de leerlo. Y cuando llegó el lunes, me quitaron la venda de la cabeza y
descubrí que ya no me dolía. Estaba curada. Me dieron el alta y mi padre, mi
madre (que ya se había curado casi por completo, pero aún tenía una pequeña
venda y un bastón para andar) y yo nos fuimos a casa. Y de pronto recordé lo
que me había dicho mi padre hace una semana y exclamé entusiasmada:
-Papá, ¿hoy voy a ir a montar a
caballo?
-Hoy todavía no porque tenemos que
organizar las cosas, pero he encontrado un club hípico muy cerca de casa al que
podrás ir dos veces por semana: los martes y los jueves. Los precios son
baratos, dentro de lo que cabe, y ya he llamado para apuntarte. El jueves
podrás ir.
-¿No puedo ir mañana?
-Hasta el jueves no empieza.
-¿Y el cole cuándo empieza?
-La semana que viene. Te tengo que
felicitar por tus progresos en la lectura. Estoy muy orgulloso de ti.
-Gracias. –Me fui a leer todo lo que
quedaba de tarde pero me llamaron por teléfono. Y me llamaron muchas veces.
Eran amigos y familiares que me preguntaban que cómo estaba y qué tal y que si
me dolía la cabeza. Al final no leí casi nada, pero me divertí mucho.
Los días siguientes quedé con los
amigos en el parque. Íbamos con nuestros padres, pero nos lo pasamos muy bien.
Y el miércoles mi padre me acompañó a comprar todo lo que necesitaba para ir
a montar. Me compré unos pantalones de montar gruesos y ajustados de color
negro, unas botas altas negras, un casco y unos guantes. Estaba tan ilusionada
probándome todo que se nos hizo de noche y al final nos tuvieron que decir que
nos vallásemos porque iban a cerrar. Así que esa noche cenamos en un
restaurante y, ya en el interior vi una foto de un caballo y su jinete en una
competición de salto. En el grabado ponía Hickstead y Eric Lazame. Cuando
llegué a casa vi muchos vídeos de aquella pareja tan particular y me enamoré. Y
descubrí la horrible muerte de Hickstead. Me puse a llorar, pero en seguida me
dormí porque estaba hecha polvo.
Al día siguiente mi padre me
despertó pronto y yo no sabía por qué, porque todavía, que supiese no había
empezado el cole. Pero cuando fui al baño a vestirme y vi la ropa y el
equipamiento que me había comprado ayer, me acordé de pronto: ¡hoy iba a ir a
montar! ¡Por fin! Mi padre me dijo:
-Normalmente la clase es de 17:00 a
18:00. Pero quieren que antes hagas una prueba por si te da miedo.
-¡Cómo me va a dar miedo!
-Hay gente como tú que le ha dado
miedo y ha pagado la clase para nada, y no quiero que eso nos pase a nosotros
también.
-Pero entonces, ¿también daré clase
por la tarde?
-Si no te da miedo sí. –Y con esto,
asentí, me fui a la habitación a coger una mochila, metí los guantes y el casco,
me puse las botas y me fui con mi padre.
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